Combatiendo a la oscuridad con un arma gris

0 0 0
                                    

Gabriela miraba el reloj cada cinco minutos. Intentaba controlar la ansiedad que sentía por tener que pasar a buscar a María al hostal. Estaba consciente de que desde el instante en que la saludara comenzaría un conteo descendente hacia algo que le daba escalofríos. Cuando lo hiciera, tenía que llamar a sus amigos que estaban ordenando y dejando todo listo siguiendo detalladamente las instrucciones que les había dejado junto a la recomendación <<Hagan todo con calma, todo debe salir perfecto>>. Ese consejo tenía una primera parte para tranquilizarlos y que no se hicieran problema, sin embargo la segunda fue la que entro en sus cabezas como un gran mazazo.

Al comienzo Carlos se había negado a participar, pero lo convencieron de que era la única forma de encontrar la solución para todo. Debían estar los mismos de la noche en que creen que comenzó todo a ser diferente. Entregado a esa opción, viajo con la esperanza de terminar con el mal que había caído sobre ellos. Antonia seguía delicada de salud y si todo el ritual con María funcionaba, no solo ellos recuperarían la tranquilidad, sino que todos sus seres amados. En realidad esto último era lo que más le preocupaba, en su interior sentía culpa de haber esparcido algo a otros y que tal vez, estén sufriendo por ello.

Pedro sacó la libreta donde tenía anotado todo lo que María les había pedido. No era mucho, pero les recalcó la importancia del orden en el cual se debía proceder y que todo estuviera tal cual ella se los indicaba. Se habían repartido la compra de los insumos completando la lista rápidamente.

Gabriela las compró en una tienda esotérica de la cual era clienta habitual velas de tres colores, cuatro rojas, cuatro blancas y cuatro negras. A la pregunta de la dueña por las velas negras solo atinó a decir entre risas "Tú me enseñaste que el color es solo eso, lo importante es que nos hace sentir".

La lista seguía con cal, un recipiente con agua y uno vacío. Sal, laurel, romero, cuatro piedras de cuarzo, dos blancas y dos rosadas e incienso. Y al último las fotos que debían estar esparcidas en el perímetro de cal cerrando un círculo.

Al final de la hoja donde estaban anotadas las instrucciones, como nota final tenía un mensaje en mayúsculas, subrayado y totalmente destacado. "Comenzamos al anochecer".

El trabajo de ordenar las cosas fue en total silencio. Estaban concentrados en seguir al pie de la letra las instrucciones dejando escapar un nerviosismo que no podían ocultar. Jamás se imaginaron que pasarían por algo así, lo habían hablado bromeando con llegar a estas instancias, pero ahora ya no dudaban de que era la única solución. Varias sensaciones se estaban acumulado en sus cuerpos llevándolos casi al límite de estrés.

Pedro tomo la bolsa con cal y comenzó a esparcirla por el piso formando un círculo. Tenía que estar lo más cercano a donde jugaron con las fotos ese día, y tener un tamaño tal que cupieran todos dentro. Con el círculo listo, Carlos comenzó a ordenar las velas. Al medio de la circunferencia delineada con cal colocó las rojas y las blancas formando una figura lo más parecida a un círculo y en su interior dispuso las cuatro velas negras juntas dos en dos.

Su amiga colocó el tiesto vacío en el borde exterior, en el cual deposito el laurel, romero, la sal y las piedras de cuarzo. En el extremo contrario dejo el tiesto con agua. Solo faltaba traer las fotos. Los amigos se miraron y Pedro comenzó a caminar al cuarto.

Mónica recordó la última vez que las vio y su terror inusual, ese miedo del cual nunca supo la razón. Nerviosa, suspiro y acercándose a Carlos lo abrazo esperando que Pedro trajera ese pequeño receptáculo de madera.

Al llegar al cuarto vio las figuras con temor. No quería verlas y menos tocarlas, pero tuvo que hacerlo con las que estaban dentro del closet para llegar cómodo a la caja. La saco sintiéndola más pesada, como si en vez de fotos transportara pesadas piedras. No quiso abrirla solo, sintió un miedo que fue creciendo en cada paso que lo acercaba a sus amigos. Con las manos sudorosas y algo temblorosas la dejó en el piso. Sabía que debían abrirla siguiendo las instrucciones, aunque, hicieron caso a su recomendación final. "Si sienten que no pueden, lo hago yo, ustedes deben estar lo más tranquilos posible". Y así lo hicieron, con eso evitaron cualquier duda y el miedo lo alejaron de sus cabezas. <<Más vale ser precavido>> dijo Pedro en tono irónico, pero los ánimos no estaban para ironías.

SugestiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora