Esa pesada sensación

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El siguiente martes Mónica se quedó a cargo del negocio ya que su madre junto su socia — su mejor amiga — fueron a conversar con un proveedor. Aparte de atender el local debía preparar las cajas de pasteles que el señor Méndez pasaría a retirar a las diez de la mañana. Ella lo conoce hace años y sabe su puntualidad, por lo que se apresuró en dejar todo en orden y encintado.

Lo espero toda la mañana, pero no apareció ni se comunicó. <<Siempre hay un primera vez para no ser puntal>> pensó.

A las 12:30 se preocupó. Busco su número telefónico en el registro de clientes anotando en un papel el número del fijo y móvil. Lo llamó, pero no tuvo respuesta. Intento varias veces, pero siempre el mismo resultado, la enviaba al buzón de voz.

Recordó que en una ocasión paso algo similar y le fueron a dejar el encargo a la casa que no está lejos del local. Aunque no sabía si en esa oportunidad él había dejado esa opción, lo pensó unos minutos. Mientras lo hacía llamó a la señora Gloria, su hermana, cuya casa está a tres cuadras de la de él. Sin embargo ella tampoco lo pudo ubicar cuando lo llamó una hora atrás. La señora Gloria no se preocupó debido a que raramente contestaba rápidamente <<debe estar ocupado>> pensó. Además consideró que al tener que juntarse a las 14:15 y él tener que comprar los pasteles para la celebración del cumpleaños de su esposo, estaría ocupado con aquello. Con esa información la decisión de ir a dejárselos por si estaba atrasado estaba tomada.

En dos cajas introdujo los pasteles de crema, jalea, durazno, frutilla, piña y una tarjeta de cumpleaños con dedicación. Iba a dejar una nota en la puerta avisando que volvería en diez minutos, pero dejo a una señora amiga que pasaba por afuera a cargo. <<Serán pocos minutos>> le dijo.

Al llegar a la entrada de la casa tocó el timbre, pero no salió nadie. <<Esto es extraño, tendría que haber ido a retirarlos y su hermana dijo que pasaría por ella a las...>> pensó mirando el reloj que marcó la una y doce minutos. Siguió tocando el timbre. Comenzó a llamarlo primero suavemente y después dando un grito con el que asusto al perro del vecino que comenzó a ladrar desesperado, pero nada. Al no tener respuesta llamo a su hermana. A ella también le pareció extraño ya que tampoco respondió dos llamados hace pocos minutos atrás.

— Voy para allá, tengo una copia de la llave. Se quedó dormido en el patio o está en la ducha — dijo Gloria con toda naturalidad —. Lo más extraño es que no contesta el teléfono fijo, pero es de esos con batería, quizás este descargado.

— Está bien, la espero — respondió Mónica.

Pasaron diez minutos cuando la vio llegar. Se saludaron rápidamente e introdujo la llave que usaba cuando iba a cuidar a su gato y perro. Las dos entraron al patio.

Mónica se quedó dos pasos más atrás de la puerta principal esperando que la hiciera pasar, cuando un grito la hizo remecer. Olvidó la invitación protocolar y entro raudamente.

— ¡Llama a una ambulancia!, ¡Noooo, Mario, Mario! — gritó la mujer aterrada al entrar a la casa. — ¡Reacciona, por Dios, Mario!.

Mónica se aproximó a ella corriendo. Los músculos del cuerpo se le retorcieron y el corazón pareció explotar al ver la imagen. Gloria movía el cuerpo de su hermano tendido en el piso en una posición que removió todos sus recuerdos. Decenas de imágenes comenzaron a pasar por su mente como rápidas diapositivas con los gritos y lamentaciones de Gloria como audio de fondo. Mario yacía en el piso del comedor con el cuerpo ladeado, con las piernas recogidas, la boca abierta, las rodillas tocando el piso, los ojos vidriosos mirando al vacío, con las palmas de las manos hacia arriba, brazos semi extendidos y con indicios de haber vomitado un líquido verde de fuerte olor con el cual manchó su blanca camisa y formó una gran poza en el piso de madera. Sin procesarlo, esa imagen entro en su cabeza recordando a su abuelo y al padre Jacinto. La posición de las manos, las piernas y su mirada condenaron sus pensamientos. Miraba atónita como Gloria intentaba que reaccionara. Un nuevo grito la saco de sus pensamientos, tomó el teléfono y llamo a la ambulancia. Cuando llegaron los paramédicos ya era tarde, Mario había fallecido.

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