Bienvenidos, tributos

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Aprieto más la camiseta de Peeta para que los rayos del sol no me den en la cara y me despierten más de lo que ya estoy.

No he tenido pesadillas, pero de igual manera, no se puede decir que haya dormido bien. La mitad del tiempo he estado con los ojos abiertos, en silencio observando a Peeta dormir, porque el sueño, a pesar de tenerlo, no parecía ser el suficiente. Horas en vela, pensando en qué va a suceder hoy.

Escucho cómo Peeta se comienza a despertar, soltando una gran bocanada de aire mientras se mueve entre las sábanas, moviéndome a mí entre tanto. Me acaricia con sus manos la cadera y la cintura, pero pronto acaba en mi pelo, apartándome un mechón de este para poder observar mejor mi rostro adormecido.

Seguramente tenga una ojeras kilométricas.

- Buenos días. - susurra, con el pelo revuelto al estar recién despertado.

- Buenos días.

Nos quedamos en silencio, con la mirada clavada en el otro. ¿Qué pasaría si no nos levantamos? ¿Alguien vendrá a por nosotros? Seguramente sí.

- No descansaste bien, ¿verdad? - pregunta, entrecerrando los ojos.

No quiero mentirle, pero una parte de mí tampoco quiere preocuparlo. Aunque bueno, creo que tiene bien clara la respuesta.

- No lograba conciliar el sueño. - digo con el mismo todo bajo que él. - Pero no pasa nada.

- ¿Cuantas veces te he dicho que si no puedes dormir, me despiertes?

Muchas. Pero no tengo pensado decirlo en alto. ¿Cuantas veces le tengo que decir yo, que no quiero molestarlo?

Parece que lee mis pensamientos, porque suspira, diciendo:

- Ya sabes que no me molestas en absoluto, amor.

Tuerzo la mirada, porque no quiero hablar de ese tema. Para mí lo molesto, y ya. Cómo a él le importa que duerma, a mí me importa que él lo haga, y por culpa de mi mente, él no tiene por qué pagar.

- No quiero levantarme. - digo en cambio, dejando atrás la otra conversación.

- Lo sé. Yo tampoco quiero hacerlo. - admite, intentando sonreír, cosa que no logra. - Pero lo vamos a tener que hacer de una manera u otra.

Odio esto. Creo que nunca he odiado tanto algo.

La mano de Peeta agarra con sutileza mi mandíbula para obligarme a mirarle a los ojos, esos claros ojos azules que brillan por ellos mismos.

- No quiero perderte. - pronuncio, con pena.

Él me responde juntando con suavidad nuestros labios. No pretende nada, simplemente contestarme de una manera única, una que solo nosotros podemos entender. ¿Por qué la vida quiere separarnos?

Tal vez, desde un inicio estaba marcado nuestro final.

- No lo vas a hacer. - murmura contra mis labios, volviendo a juntarlos con delicadeza.

Lo dice, pero no se lo cree. Uno de los dos tiene que morir. Incluso los dos tal vez lo hacemos, pero lo que está claro es que no lograremos volver a estar más tiempo juntos.

Se me forma un nudo en la garganta cuando pienso esto, al igual que en la boca del estómago, sintiendo cómo mi barriga duele por los nervios y la presión. Desearía que esto fuera un sueño, pero sé a estás alturas que eso no es posible. Y mis sueños siempre serán pesadillas.

Juntando toda la fuerza que tengo ahora mismo en el cuerpo, me separo con lentitud de Peeta, de su abrazo, de su calidez. Me separo de él y no tengo la valentía de mirarlo a la cara, una que, de soslado, puedo percibir la confusión en ella. No entiende mi reacción.

En Llamas {Peeta y tu}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora