Las audiciones para el reconocido programa musical «Haciendo a un artista» han comenzado y Ander va a por todas. Puede que no sepa cantar, pero la composición y los instrumentos son su fuerte. Peores artistas han concursado e incluso ganado, ¿verdad...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La primera vez que toqué el piano en público tenía 19 años, una bruja de la suerte enterrada en mi bolsillo y un temblor en las piernas que me impidió llegar frente a los profesores sin tropezarme.
Sí, lees bien. Casi me caí encima de las personas de las que dependía mi futura carrera artística. Así se presentó Ander Hansen al mundo: como un completo desastre.
Tampoco es como si fueran a valorar mis habilidades sociales —que por esos tiempos eran bastante cuestionables— sino mis dotes artísticas, así que respiré hondo e intenté calmarme mientras me sentaba frente al piano. A partir de ahí no tenía de qué preocuparme: sabía que podía demostrar mi talento, de manera que lo hice. Toqué River Deep, Mountain High, una de las primeras canciones que aprendí en el piano, y la favorita de Denis. Pude imaginármelo sonriendo cada vez que repetía el estribillo.
Creía que con eso sería suficiente. A día de hoy entiendo por qué no lo fue, pero en ese momento me tomó por sorpresa. El director de la academia me detuvo cuando estaba a punto de terminar y me pidió que cantara.
Y así fue como todo se fue a la mierda.
A ver, dejemos una cosa clara: nunca se me ha dado bien cantar. No tengo la voz adecuada. Lo hacía de pequeño por diversión, pero cuando me tocó elegir entre clases de piano o canto, elegí la primera sin dudarlo un segundo. Con el paso de los años aprendí a crear melodías y escribir mis propios temas, pero siempre tarareando. Jamás me atreví a cantar en voz alta delante de otros.
Así que ahí estaba el pobre Ander de 19 años, sopesando qué era mejor: cantar y cagarla, o levantarse y salir corriendo sin mirar atrás. De jóvenes somos más estúpidos por defecto, así que me quedé y canté. Me podría haber ahorrado la humillación.
Desafiné como un cabrón y hasta me salió un gallo. Supongo que no hace falta aclarar que no pasé la prueba. Jamás se me olvidarán las miradas de decepción de los profesores, las mismas que gritaban «una pena que cantes fatal, eras muy bueno con el piano.»
Había esperado una cola de ocho horas y casi había sufrido una insolación bajo el sol ardiente de Madrid para aprovechar esta oportunidad, mi única oportunidad. ¿Quién sabía si habría otra edición de Haciendo a un artista? Era uno de los programas musicales de televisión más importantes del país, pero se rumoreaba una cancelación inminente. Lo más inteligente era entrar en esta edición y aprovechar el tirón. Pero me había quedado sin un puesto en la próxima fase y sin la oportunidad de que me conocieran por mi música.
Se me estancó el corazón allí mismo y tuve ganas de llorar, pero eso habría sido empeorar la humillación pública a la que me estaba sometiendo yo solito. Luché por contener las lágrimas, me levanté de la banca y murmuré un «gracias» que sonó entrecortado antes de irme.
Al salir choqué con un chico que me sacaba una cabeza y me disculpé al instante, pero él ni se inmutó y me hizo a un lado para entrar a la carpa donde estaban evaluando a los otros aspirantes. Me recompuse como pude y, en lugar de marcharme del edificio, me apoyé en una columna cercana y saqué el móvil para disimular las ganas de examinar a los que quedaban en la cola.