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El día que volvimos a ensayar fue el mismo en el que toqué las nuevas canciones delante de los chicos por primera vez

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El día que volvimos a ensayar fue el mismo en el que toqué las nuevas canciones delante de los chicos por primera vez. Se habían acostumbrado a sentarse en el suelo del garaje —recordemos que apenas teníamos espacio libre— mientras me veían tocar y tararear. Porque no, no iba a ponerme a cantar para quedar en ridículo. Seguía las melodías que tenía en la cabeza y Alan se hacía sus apuntes junto a la letra del tema para cantarla después.

Para «Pendientes Dorados» toqué la guitarra, ya que es con lo que la había compuesto. El entusiasmo fue evidente desde que empecé a tocarla, y, en palabras de Martín, era el estribillo más pegadizo que teníamos hasta entonces. Alan no dejó de cantarla en lo que quedó de tarde. Y Flavio... digamos que seguía mosqueado por dos cosas: una, que era yo quien había conseguido el próximo bolo, y dos, que había empezado a trabajar en el Locura y se acababa de enterar por su amiga.

—Te dije que te merecías algo mejor —me recordó en un momento en el que Martín estaba enfrascado en tocar la batería y Alan había subido al baño—. ¿No me escuchas o qué?

No entendía su actitud, puesto que parecía que le importaba si me trataban bien o mal. ¿No se suponía que no me soportaba? ¿O era todo un montaje? Mira, yo que sé. Me aparté de la esquina en la que me había acorralado a escribir en mi libreta y busqué la guitarra para poner espacio entre nosotros. Me ponía nervioso que estuviera así de cerca.

—Te escucho, pero sé tomar mis propias decisiones —contesté, igual de seco que él.

—¿Jon te ha hecho una entrevista?

Asentí y traté de centrar mi atención en los acordes de la guitarra, pero siguió hablando.

—No te puedes fiar de él.

—¿Por qué?

No respondió. Bufé y me retiré un mechón de la frente. Flavio parecía analizar cada movimiento que hacía.

—Me dices que no me fíe de alguien, pero no me das razones. Genial, Flavio, estás que te sales.

Apretó la mandíbula, pero no dijo nada más. Solo cuando se alejó para coger el bajo pude volver a respirar con normalidad. Me quedé mirándolo de soslayo en tanto que tocaba la melodía del estribillo. Por lo que nos había contado de forma muy escueta, aquel bajo era de su tío. Tenía un color azul eléctrico y sonaba espectacular. Cuando lo tocaba bien, claro.

Quien había perfeccionado su técnica en el poco tiempo que llevábamos ensayado era Martín. Era capaz de seguirnos en cualquier tema y parecía genuinamente emocionado de haber recuperado su habilidad con la batería. Me hacía feliz verlo motivado de nuevo.

Alan volvió y reanudamos los ensayos. Además de tocar los tres temas que teníamos, seguimos preparando nuestras propias versiones de canciones que nos gustaban. Ese día trabajamos en la cover de una de las canciones favoritas de Martín, «Love Myself» de Hailee Steinfeld. Al parecer es la que iba a cantar en la audición de Haciendo un artista, pero claro, no tuvo la oportunidad de hacerlo.

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