Capitulo X

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Pronto se cumplirían dos semanas desde que Erin tomó la decisión de quedarse en Midnight Grove, y durante ese tiempo había logrado adaptarse poco a poco a su nuevo entorno. La presencia constante de la Hermana Claudine y la vivacidad de la pequeña Lizzie habían contribuido a que se sintiera un poco más cómoda en aquella casa. Había compartido innumerables momentos jugando con la niña y sus perros, dejando atrás poco a poco el miedo que inicialmente sentía hacia ellos. Incluso Buttercup parecía estar cómodo con su nuevo hogar y a su dueña, siguiéndola a todas partes y compartiendo su cariño de manera incondicional.

Ahora, la joven se encontraba sentada en el porche de la casa, contemplando el paisaje con una taza de té entre sus manos. La mayoría de sus heridas ya habían sanado, y el dolor que había experimentado en su cuerpo se había desvanecido por completo tres días después del accidente, gracias al medicamento que Conrad le había recetado, permitiéndole recuperar gradualmente su fuerza y energía.

El sol se filtraba entre las ramas de los altos árboles, creando un juego de sombras y luces en el prado. La Hermana Claudine estaba plantando unas flores que la señora Collins le había regalado, mientras que la pequeña Lizzie, con su risa melodiosa, jugaba con los perros, lanzándoles unas varas para que los persiguieran. Erin sonreía cada vez que los canes se abalanzaban sobre la pequeña.

Buttercup se encontraba revoloteando cerca de sus pies, disfrutando del atardecer y de la brisa fresca. El conejo podía salir de vez en cuando de su jaula, siempre y cuando alguien estuviera supervisando.

A pesar de la calma, un pensamiento persistente seguía rondando la mente de Erin: el sueño que había tenido con la misteriosa mujer del vestido rojo. Aquella figura enigmática seguía acechando en los rincones de su mente, sus palabras resonaban como un eco constante que la mantenía en vilo, preguntándose si realmente había sucedido. Durante días intento buscar respuestas por sí misma, alguna pista que pudiera arrojar luz sobre aquel misterio. Sin embargo, por más que lo pensaba y lo analizaba, la verdad seguía escapándose de su alcance.

. «Necesito ayuda» La joven soltó un suspiro «Y no sé porque tengo el presentimiento de que Oliver es la ayuda que busco»

La Hermana Claudine terminó de plantar las últimas flores, y con un suspiro de satisfacción, se sentó a un lado de Erin.

—Ha sido una tarde agradable, ¿no crees, Erin? —comentó la religiosa. Erin asintió.

—Si. Todo es tan tranquilo—dijo Erin, mientras tomaba un sorbo de su té.

—¿Ya te has podido acostumbrar a tu "nueva vida"? —preguntó la mujer, haciendo comillas con los dedos al decir lo último.

—Si. Este pueblo es muy acogedor y encantador, y todos han sido muy amigables conmigo.

La religiosa arqueo una ceja, con una sonrisa traviesa jugando en sus labios.

—Bueno, a excepción de ciertas personas—corrigió la joven, soltando una risa involuntaria—. Pero dejando eso de lado, estoy feliz de estar aquí.

—Me alegra oír eso, cariño.

Erin sonrió con sus mejillas coloreadas de rosa, sintiéndose cómoda y segura junto a la mujer. Aunque al principio le parecía un tanto extraña, con el paso de los días había aprendido a apreciar esa peculiaridad de alguna manera. La joven había logrado abrirse un poco con ella, compartiendo ciertos aspectos de su vida, aunque siempre manteniendo reservado los detalles más íntimos. La Hermana Claudine parecía comprender perfectamente aquello, limitándose solo a escuchar con atención y dando su opinión de vez en cuando.

En este punto, Erin ya consideraba a la religiosa como una persona de confianza, casi como una amiga. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, veía a la Hermana Claudine como una madre amorosa; la madre que siempre había anhelado tener. Una madre que se preocupa constantemente por el bienestar de sus hijos y les sonríe con frecuencia.

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