Capitulo VIII

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Cuando Erin abrió los ojos, se encontró recostada en una gran cama, arropada apenas por una simple sábana. La habitación estaba bañada por una suave luz que se filtraba por las cortinas entreabiertas, y el aire tenía un ligero aroma a madera y flores frescas. Parpadeo varias veces, intentando despejar la neblina de su mente.

«¿En dónde estoy»

La joven se movió un poco, sintiendo un peso adicional en la parte baja de su abdomen. Bajo la mirada, descubriendo al conejo de oreja manchada sobre ella, durmiendo plácidamente. Sus orejas se movían ligeramente con cada respiración. Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Erin al verlo tan tranquilo.

«Al menos pude salvarlo»

Erin intentó incorporarse, sin embargo, un dolor agudo recorrió su cuerpo, deteniéndola en seco. Un gemido escapa de sus labios, y con cuidado se recostó de nuevo en la cama. Sus ojos se desviaron a sus brazos, percatándose que tenía vendas alrededor de estos.

—¿Qué fue lo que pasó? —murmuró Erin con la vista fija en el techo.

La joven empezó a recordar lo acontecido: Había ido con Lizzie a observar los conejos un poco más de cerca cuando un coyote apareció. Ella había tomado entre sus manos al conejo de oreja manchada y se había echado a correr, intentando alejarse del animal. Cuando quiso voltear, se tropezó y se cayó por varios segundos hasta finalmente quedar tendida en la maleza. Desde ahí, todo era borroso.

El conejo, ajeno al conflicto interno de Erin, se removió un poco y abrió los ojos, revelando unos brillantes ojos oscuros que la miraban con curiosidad. Dio un pequeño bostezo, estirando sus patas delanteras antes de acomodarse de nuevo. Erin suspiro, resignada a quedarse un poco más en ese estado. Observó al conejo por un momento, preguntándose si habría sufrido algún raspón como ella, más el animal parecía estar bien.

La habitación estaba tranquila, salvo por el suave sonido de la respiración del conejo y el leve canto de las aves que se filtraba por la ventana. Erin cerró sus ojos un momento, intentando disfrutar de ese momento de paz, mas no duró mucho, ya que el silencio fue interrumpido repentinamente por la puerta abriéndose con un chirrido. La joven alzó la mirada, topándose con la imagen de la pequeña Lizzie. Los ojos de la niña se iluminaron al ver a la joven despierta y una sonrisa enorme se formó en su rostro.

—¡Erin! —exclamó Lizzie—. ¡Despertaste!

El grito de la pequeña pareció haber desconcertado al conejo, que de repente saltó hacia el rostro de Erin con un movimiento rápido y sorprendente. Erin, consternada por la acción, se incorporó de golpe, llevándose las manos a la cara para quitárselo de encima. Con un movimiento suave, lo aparto y lo dejo a un lado de la cama, donde el animalito se quedó mirándola.

Lizzie corrió hacia la cama y se lanzó sobre Erin con un abrazo repentino y apretado, lo que provocó que la joven soltara un gemido lastimero, sintiendo como el dolor en su cuerpo se intensificaban. Las costillas parecían protestar por el repentino movimiento, y Erin se sintió momentáneamente abrumada por la combinación de dolor y sorpresa.

—Lizzie...Cuidado...—logró murmurar Erin con voz entrecortada. Sin embargo, Lizzie no acato lo dicho y continúo abrazándola con fuerza, aumentando el malestar en la joven

El conejo se acercó nuevamente, olfateando con su nariz temblorosa. Se acurrucó cerca de la cadera de Erin, observando la escena con sus ojos oscuros.

—¡Estoy tan feliz! —volvió a exclamar la pequeña.

La puerta se abrió una vez más, relevando a la Hermana Claudine, que entró con paso sereno y una sonrisa tranquilizadora en su rostro.

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