XXVII: No Escape

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Erin se encontraba recostada en su cama, sosteniendo con suavidad su collar, con sus ojos fijos en el techo. A los pies de la cama, su conejo dormía plácidamente. El pequeño animal era una bolita de pelo esponjoso, con sus orejitas moviéndose ligeramente y soltando pequeños ronquidos. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación con un resplandor plateado que parecía mágico, casi como un presagio de lo que estaba por venir.

La joven se preparaba mentalmente para enfrentarse a lo que se aproximaba. Repasaba por su mente las palabras que debía decirle a Henrietta. Su corazón latía con un ritmo acelerado, pero su determinación era firme. Cerró los ojos por un momento y, tras una respiración profunda, se dijo a sí misma que ya era tiempo. Se acomodó lo mejor posible y dejó que el sueño la dominara.

Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró en una especie de teatro. Ella estaba sentada en la primera hilera, frente a las largas cortinas rojas que cubrían el escenario. Bajó su mirada, percatándose que su pijama había sido cambiado por un corto vestido blanco con pequeños círculos rojizos. Sus manos aún sostenían firmemente su collar.

«¿Y este lugar?» Miró a su alrededor, percatándose de que estaba completamente sola en el vasto auditorio. «¿Por qué esa bruja querría reunirse aquí?»

Justo en ese momento, un sonido de piano resonó por todo el teatro, una melodía que parecía salir de las profundidades del escenario. Las cortinas empezaron a abrirse lentamente, rechinando sobre sus rieles antiguos. A medida que se abrían, la figura de la bruja se fue revelando poco a poco, como un personaje central en una obra macabra. Henrietta estaba de pie en el centro del escenario, con las manos entrelazadas, los ojos cerrados y su típica sonrisa en los labios.

La bruja empezó a caminar hacia el borde del escenario. La joven la miraba, expectante, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Erin sentía que cada fibra de su ser le gritaba que estuviera preparada, que mantuviera la guardia. Sabía que debía estar lista para cualquier cosa que Henrietta pudiera intentar.

— ¡Bienvenida, Erin! —exclamó Henrietta, alzando los brazos. Su voz, profunda y resonante, llenó el espacio—. ¿Qué te parece el lugar? ¿No es encantador?

—¿Por qué estamos aquí? —inquirió Erin, con una ceja levantada.

—Me pareció que este era el lugar adecuado para el espectáculo que tengo preparado.

—¿Espectáculo? —preguntó la joven—. Pensé que hablaríamos...

—Me temo que eso será para otra ocasión, querida—dijo la bruja con falso pesar—. Ahora, quiero que te quedes quietecita mientras esperamos a los demás invitados.

«¿Invitados?» repitió Erin, parpadeando. «¿Se refiere a Oliver y a Payton? ¿Estaremos todos aquí?». Antes de que pudiera profundizar en sus pensamientos, la voz de la bruja la sacó de su ensimismamiento.

—¡Ah, aquí llegó uno!

Erin siguió la mirada de la bruja y vio la figura de una mujer, sentada en la esquina izquierda de la hilera media del auditorio. La mujer llevaba un vestido estilo gótico de color negro. Un velo semitransparente le cubría el rostro.

Erin la observó detenidamente. «Ella es la hermana de Paige»

—¡Payton, querida! —saludó efusivamente Henrietta a la mujer rubia—. Me alegra que hayas llegado a tiempo.

Payton se encogió en su lugar. Su cabeza giró de un lado a otro, como si estuviera buscando una salida.

—No intentes escapar, querida, o me obligaras a atarte— le advirtió Henrietta—. Y ambas sabemos que eso no te gusta.

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