Capitulo XVIII

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Erin se quedó inmóvil en su asiento. Su mente era un torbellino de preguntas y dudas. Quería decirle tantas cosas a Oliver, pero las palabras se atascaban en su garganta. Cada vez que abría la boca para hablar, su nerviosismo la detenía.

Erin miró a Oliver de reojo. El joven aún tenía la mirada perdida en el suelo, absorto en sus propios pensamientos. La tensión en la habitación se hacía cada vez más palpable, como una nube densa que los envolvía a ambos. Erin sentía que, si no decía algo pronto, esa atmósfera sofocante la ahogaría.

El silencio se prolongó un poco más, hasta que, de improviso, Oliver se levantó de su asiento. Con un murmullo casi inaudible, le dijo que iría al baño. Sin esperar una respuesta, salió lentamente del salón, con la mirada baja y los hombros hundidos. Erin lo siguió con la vista hasta que desapareció por la puerta, sintiendo cómo el peso de sus propias dudas y miedos la hundía aún más en el silencio de la habitación.

Erin soltó un largo suspiro, dejando que el aire escapara lentamente de sus pulmones, y luego recostó su cabeza sobre la mesa, con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué me pasa esto a mí? —se preguntó, en un susurro apenas audible.

A lo lejos, escuchaba los cantos de las aves y los gritos alegres de Lizzie y Thomas jugando. Los sonidos del exterior contrastaban con la quietud del salón, creando una extraña disonancia en su mente. Erin cerró los ojos, buscando un momento de paz en medio del caos interno.

De repente, una risa femenina resonó en sus oídos, haciéndola levantarse de golpe. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que ya no estaba en el salón. Ahora se encontraba en una glorieta, rodeado de un jardín exuberante. Una mesa elegante, llena de delicias, ocupaba el centro de la infraestructura de madera. Frente a ella, estaba la mujer del vestido rojo, con una taza de té en la mano. La mujer la miraba de costado, sus ojos azules brillaban con diversión.

—Espero no haberte interrumpido, dulzura—habló la mujer—. Tenía tantas ganas de verte que no pude contenerme.

Erin, acomodándose en el asiento en el que se encontraba, miraba a la mujer con desconfianza. La mujer dejó la taza en la mesa.

—Sírvete—dijo la mujer, señalando los dulces sobre la mesa—. Todo es de excelente calidad.

—No, gracias—dijo Erin.

La mujer le dedicó una sonrisa ladeada a la joven.

—Así que, ¿Finalmente te has convencido de que soy real? —preguntó la mujer—. ¿O sigues pensando que es solo tu paranoia?

La joven apretó sus manos sobre la mesa.

—¿Qué es lo quieres? —preguntó Erin toscamente.

—¡Vaya! No esperaba que me hablaras de esa manera tan pronto—respondió la mujer, fingiendo sorpresa. Luego se echó a reír, una risa que resonó en el aire tranquilo. Erin la miró, sintiendo como se mezclaban en su interior el miedo y la rabia.

Cuando la mujer cesó de reír, sirvió un poco más de té en su taza.

—Y dime, querida, ¿cómo te ha ido en tu nueva vida?

—¿Para qué preguntas? —Erin frunció el ceño—. Si lo más probable es que sepas la respuesta.

La mujer hizo una mueca de fastidio.

—Solo intento tener una conversación agradable contigo—dijo la mujer, mientras revolvía su té—. No tienes por qué ser tan fría conmigo.

—Pues yo no quiero tener una conversación con una bruja—replicó Erin.

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