—¡Rápido, Erin! —La voz de Lizzie se escuchó detrás de la puerta, insistente—. ¿Ya estás lista?
—Si. Saldré en un minuto.
Había llegado el momento de ir a la casa de la señora Williams a cenar, y Erin aún no decidía que debía ponerse. La Hermana Claudine le había dicho que escogiera algo lindo, pero para la joven, escoger algo era como estar en medio de campo de batalla. Toda la ropa, tanto la que trajo consigo como la que le confeccionó la señora Collins estaban esparcidas sobre su cama en un desorden caótico.
Su conejo Buttercup, desde su jaula, veía todo con interés, sus grandes ojos seguían cada movimiento de Erin.
«¿Qué debería usar?» Erin tomó el vestido que había usado el día de su accidente. Inmediatamente lo volvió a lanzar sobre la cama «Por ahora, no quiero ver este vestido» pensó, sintiendo un escalofrío al recordar aquel día.
—¿Por qué me cuesta tanto elegir? —preguntó en voz baja, mientras se tiraba dos mechones de su cabello.
Erin regresó su vista hacia su cama, agarrando los jeans con los que había llegado al pueblo y que la Hermana Claudine amablemente había lavado y planchado.
—Esto servirá—murmuró.
Una vez con los jeans y las zapatillas puestas, agarro dos blusas: Una era de color amarillo con un pequeño bordado de flores al frente, y la otra era blanca con algunos detalles rojizos. La chica se mordió el labio, indecisa, y miró hacia Buttercup.
—¿Cuál crees que debería usar? —pregunto en dirección al conejo, sintiéndose algo tonta por pedir la opinión a un simple animal. El conejo se rascó su ojo con una de sus patas y luego miró a la joven fijamente. Una de sus orejas se inclinó ligeramente hacia la izquierda, donde sujetaba la amarilla—. Muy bien.
Ya lista, tomó su collar y se despidió rápidamente de Buttercup mientras abría la puerta de golpe. Allí se topó con Lizzie, vestida con un pomposo vestido y el cabello recogido con una enorme cinta. La pequeña tenía los brazos cruzados y un pie golpeando el suelo con impaciencia. La Hermana Claudine estaba detrás de ella.
—Veo que se pusieron de acuerdo en cuanto al color—dijo la Hermana Claudine, soltando una risa—. Las dos son lindos patitos.
Erin y Lizzie intercambiaron una mirada
—Bueno, vámonos.
Lizzie la siguió inmediatamente, dando saltitos. Erin ajustó su blusa una vez más, un gesto nervioso que no podía evitar, y las siguió. Las tres salieron juntas, con Lizzie liderando el camino, su vestido amarillo ondeaba al ritmo de sus pasos apresurados. Erin caminaba a su lado, y la Hermana Claudine iba detrás de ellas, moviendo su cabeza de un lado a otro mientras tarareaba una canción alegre que resonaba en el aire. El sol ya se estaba ocultando, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, y la brisa nocturna comenzaba a hacerse presente, refrescando el ambiente.
Pasados unos minutos, llegaron a la casa de la señora Williams, una construcción de dos pisos con una fachada de ladrillos rojos y un jardín delantero bien cuidado. Todos las cortinas estaban abiertas, excepto una, cuya cortina estaba algo entrecerrada, dejando ver un poco la luz en el interior. La Hermana Claudine tocó tres veces, un sonido claro y rítmico que resonó en el porche.
—¡Enseguida voy! —se escuchó decir a la señora Williams con tono cantarín
La puerta se abrió, dejando ver a la regordete mujer, vestida con un fino vestido azul con un extravagante escote adornado con encajes. Su cabello estaba recogido en un elegante moño, y sus ojos brillaban con calidez. Detrás de ella, estaba Thomas, con una camisa blanca impoluta y unos pantalones cortos. En cuanto el niño vio a Lizzie, le saco la lengua con una expresión traviesa, a lo que la pequeña respondió de inmediato devolviéndole el gesto con la misma picardía.

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Almas Condenadas
Mystery / ThrillerCuando Erin huyo de su hogar, no esperaba que la lluvia la terminara llevando a un lugar remoto y enigmático: Midnight Grove, un encantador pueblo donde la amabilidad de la gente es tan singular como su peculiaridad. Decidida a tomarse un descanso...