Capitulo IX

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Erin se encontraba ahora en la acogedora sala de la casa de la Hermana Claudine, recostada en uno de los cómodos sofás con una de las muñecas de Lizzie a un costado y un plato de flan en su regazo. La textura suave y cremosa del postre contrastaba con la suavidad del sofá, creando una sensación reconfortante en medio de aquel lugar. Buttercup, como la joven había decidido llamar al conejo, se hallaba en el otro sofá, dentro de una jaula que el señor y la señora Collins le habían dado. La pareja, años atrás, habían tenido una cacatúa como mascota, más esta había fallecido de vejez y habían guardado su jaula como un recuerdo. Aunque la jaula era bastante grande, Erin sabía que tendría que conseguir una más grande a medida que Buttercup creciera.

La joven desvió su mirada hacia la pequeña Lizzie, quien estaba sentada en el suelo, concentrada en su tarea de dibujar en la mesita de centro. A su alrededor, algunas muñecas de trapo estaban esparcidas, junto con uno que otro lápiz que había utilizado la pequeña para sus creaciones. La niña parecía inmersa en su mundo creativo, moviendo el lápiz con destreza sobre el papel.

En ese momento, la Hermana Claudine entró en la sala, acercándose a la joven.

—¿Necesitas algo más, Erin? —preguntó la religiosa.

Erin negó con la cabeza.

—No, gracias—respondió la joven.

La monja asintió con comprensión.

—Está bien. Estaré arriba arreglando algunas cosas, así que, si necesitas algo, dile a Lizzie que vaya a buscarme o simplemente grita, ¿Está bien?

—Si—La religiosa le dedicó una sonrisa para luego retirarse del lugar.

Lizzie se levantó del suelo y se acercó rápidamente a Erin, sosteniendo un dibujo entre sus manos. La niña extendió la hoja de papel hacia la joven con una enorme sonrisa radiante. Erin tomó la hoja con cuidado, observando el dibujo con curiosidad. En el papel, se veía una gran casa dibujada de manera un poco torcida, señal de una mano aún inexperta en el arte del dibujo. En las esquinas del papel, dos manchas grandes y borrosas parecían representar a los perros, con sus colores difuminados y unas líneas que sugerían ser sus patas. En el centro, Erin reconoció rápidamente tres figuras. Una de ellas, vestida de negro, era claramente la Hermana Claudine, con su aspecto tranquilo y sereno. Junto a ella, una figura más pequeña y de un color rosa brillante representaba a Lizzie, con su energía y alegría característica. La tercera figura estaba con un vestido amarillo y algunos trazos que parecían ser vendas, ya que estaban dibujadas encima de los brazos y las piernas. Además, aquella figura sostenía una jaula con un conejo dentro. Erin entendió rápidamente que se trataba de ella y Buttercup.

—¿Te gusta? —preguntó Lizzie, sus ojos brillando con la esperanza de una respuesta positiva—. Somos nosotras junto con Hansel, Gretel y Buttercup ¡Somos una familia feliz!

Erin abrió los ojos. «Una familia feliz...». Por un instante, sintió un nudo en la garganta al darse cuenta de lo que estaba experimentando en ese momento: la sensación reconfortante de pertenecer, de ser amada y aceptada.

El corazón de Erin comenzó a latir más rápido, lleno de emoción y gratitud. Las lágrimas, sin pedir permiso, empezaron a deslizarse por sus mejillas, reflejando la felicidad que llenaba su corazón en ese instante.

—Erin—llamó la niña. Su expresión cambió a una de desconcierto al ver a la joven llorar frente a ella—. ¿No te gustó?

Erin se limpió las lágrimas con el dorso de su mano. «Paige tiene razón» Se dijo a sí misma con una sonrisa triste en su rostro «Estoy desesperada por cariño»

—Si—respondió Erin con sinceridad, sonriendo ampliamente mientras le devolvía el dibujo a la pequeña—Es muy bonito. Eres toda una artista.

La sonrisa de Lizzie creció y sus mejillas adquirieron un tono rosado.

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