Una verdad a medias.

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RAQUELLE.

Barbie ha muerto por mi mano más veces de las que me atrevo a imaginar.

La especulación se ha devorado mi cabeza pensando en el número exacto, pero hallarlo solo me haría querer desaparecer de la faz de la tierra. Solo sé que la daga en mis manos ha sido la causante en cada uno de mis crímenes. El deseo de enterrarla en mi propio corazón sigue endulzando mi oído, encantando  cualquier contra que pueda existir para no realizar la acción. Pero hay uno contra el que no puedo luchar. A pesar de mis deseos por redimir mis errores, solo sería egoísta querer invertir la balanza. Solo causaría aún más sufrimiento en aquel corazon que trato de proteger.

La directora la pedirá de vuelta, así que no puedo enterrarla en el patio ni verla arder en el fuego. Hay pocas cosas que me ha dejado conservar, pero incluso esas no son por convencimiento, son por su conveniencia.

Ya son cuatro noches en las que Ryan no vuelve a casa. El instituto ha estado en pausa desde que la directora ha tomado como prioridad encontrar el paradero de Barbie, por lo que no ha tenido que asistir a ninguna clase y no lo he vuelto a ver desde el día en el que mi reflejo en sus ojos no podía ser más horripilante. No estoy completamente arrepentida de todo lo que he hecho, después de todo es como debía pasar. He cometido muchos errores, como no alertar a la directora del paradero de Barbie antes de ir. Tal vez así no estaría nerviosa cada vez que viene.

He estado en este lugar de paredes blancas encerrada todo este tiempo, sin ganas de existir un día más, pero sigo aquí cuando despierto.

Esto debe ser a lo que llaman infierno.

Preparo algo de lo que no podría sentirme orgullosa nunca, una mezcla vomitiva para nutrir el poco de vida que aún se aferra a mí. No es que quiera mantenerla, solo no soporto más el sonido de mi estómago que ruega hace tres días por algo que lo llene. Ni siquiera me tomo el tiempo de intentar suavizar el sabor amargo de las pastillas ovaladas que guardo en el último rincón de la alacena. Mastico las tabletas como caramelos, lo que termina dejándome un sabor a fármaco.

Un sonido en la planta superior me alerta. El silencio de la casa me había estado comiendo viva todo este tiempo. Subo sigilosamente y noto una tenue luz que sale de la habitación de Ryan. Siento que los colores vuelven a mi rostro, me acerco a lograr escuchar su voz. No suena molesto conmigo, lo que me reconforta casi completamente. Bajo a toda velocidad a la cocina tratando de crear una mejor preparación para él, sin embargo, no logro reparar el desastre que se ha vuelto incomible.

Después de un largo rato, Ryan baja las escaleras, se sitúa junto a mí en la cocina, pero no me dirige palabra. Se limita a empezar a preparar algo. Sé cuál será el menú cuando saca tazones de la alacena y los huevos de la nevera, pero no puedo estar más contenta de comer fideos de nuevo si mi hermano ha vuelto a casa.

Salgo de la cocina y me siento en la sala, admirando lo mucho que ha mejorado últimamente. El giro de la perilla de la puerta me saca de mis pensamientos. La directora toma asiento frente a mí sin decir una palabra, como si esta fuera su casa, no trae a sus escoltas, se ha vuelto un poco paranoica.

Se retira el saco de cuero y lo pone en su regazo. Me mira con una expresión que no logro descifrar y, actuando como si Ryan no estuviera allí, empieza a hablar de trabajo, de lo exhausta que está en la búsqueda de Barbie, de lo afortunadas que somos de que haya decidido esconderse en el periodo muerto y no en una etapa crucial.

Y me siento abrumada y fastidiada de su charla quejosa, de toda esta mierda que no tiene que ver conmigo. Y cuando menciona lo difícil que es encontrarla en el territorio del instituto, se me escapa un "¿por qué?"

Me mira con desagrado y entonces explica vagamente.

—Las cosas han cambiado mucho, es difícil predecir qué va a pasar —explica absolutamente nada.

Destino EncantadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora