Y el día llegó, he aprendido a soltarte.
En tiempos de tempestad y miedo, donde mi mente juega un papel macabro en este tenebroso lugar de entretenimiento llamado el duelo de un corazón que no se permite olvidar. Han pasado primaveras, otoños, inviernos y no he conseguido esfumar el dulce y sutil roce de tu mano, ni mucho menos, la vibrante voz que emanaba tu cuerpo cuando deseaba informar algo que mi mente al ver tus ojos ya había deducido. Hablamos de amor, de cuentos de hadas, de romances y de grandes vínculos afectivos que formamos a lo largo del camino transitado. Lamentablemente, no caemos en la realidad y es que muchas veces nos aferramos a nuevos amores llevando ataduras de corazones pasados. Cuando escribo en este texturizado y genial invento por una humanidad incomprendida que desea prosperar, me digo a mi mismo que fácil es completar unas hojas en blanco, pero, que difícil es que lo que otorgue color y espacio en esta superficie sea leído y estudiado por mentes humanas que se dedican a copiar y no a crear, a encajar y no a simplemente experimentar en distintos círculos sociales.
Charlotte es la diosa que ilumina la sabiduría de mi mente y estimula las palabras cordiales en mi vocabulario. Mujer infame que logra arruinar cada vello que se encuentra adherido a mi cuerpo, pero, que llena mi alma con tan solo una mirada. Debo confesar que te extraño, son 4 días los que llevo de viaje y siento haberme arrepentido luego de colocar mis maletas en un tren que me llevarán a un rumbo desconocido. Puedo decir que tu ausencia se ha hecho real y he logrado vivir sin la presencia de tu cuerpo, pero recuerdo eternamente aquellos «te amo» situados en lo más profundo de mi alma.
Cuando escribo, lo hago por inercia, por un brote de inspiración continuo que no me permite releer lo que mi mente ha plasmado, ni mucho menos, concentrarme en si lo que he escrito sirve como un diccionario de saberes para los ignorantes y enamoradizos ególatras que inundan las calles de unas temerosas ciudades que desean progresar. A medida que avanzo en aquel pasatiempo que consume todo lo que dispongo de minutos en esta humanidad, las personas a mi alrededor comienzan a juzgar y a preguntarse, «¿Qué hará un joven viajando solo? ¿Su esposa lo permite, cómo puede seguir sin ella? ¿Estará escribiendo una carta a su amante?» y millones de preguntas más surgirán a medida que mis palabras se convierten en párrafos y mi hojas le dan vida a un relato, porque sí, la mente humana es una barbaridad y por supuesto, un objeto digno de estudio porque siempre desea suponer el futuro y sin duda alguna, se siente en la obligación de opinar sobre una realidad ajena, porque al fin y al cabo, los pensamiento son privados y solo alimentamos el ego si uno de ellos llega a ser correcto.
Dicho esto y haciendo una desviación completa de lo que verdaderamente deseaba plasmar, querido público omnipotente, es que llega un punto en nuestras vidas donde corazones pasados vuelven a tener latidos en tu cuerpo, y los recuerdos ciegamente acompañan la nostalgia y el deseo de saber que hubiera pasado si aquel punto en la historia hubiera sido una simple coma. Duele recordar esas miradas que creías que eran solamente tuyas, esas palabras que juraban que la eternidad les quedaría chica frente a la pureza de su gran y envidiable amor; destruye saber que el futuro que imaginaron jamás sucedió y que la vida es una ecuación compleja que va variando sus incógnitas aunque ya la creías resueltas. Pero, ¿sabes que es lo que más dolor causa en tu cuerpo? Cuando te das cuenta que es hora de dejar ir aquellas páginas que le otorgaban relleno a tu cuento, cuando logras crecer, abrir los ojos y ver la maldad tomada de la mano con la ilustre belleza de aquel amor desenfrenado que construiste con los estragos de un loco caballero enamorado que dejó a un lado el uso de la razón para no perderse a sí mismo, y la historia comienza cuando aceptas que perdiste tu código moral por intentar salvar un barco que estaba destinado a hundirse bajo cualquier pronóstico fríamente calculado.
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Cartas a un cadáver.
RomanceUn duelo es la peor etapa que puede vivir una persona que ha perdido un ser querido, tener que afrontar la vida sin un amor, un padre, un hermano. Aprender a vivir con el dolor y dejar de extrañar a un ser el cual su vida acabó. Ian Cooper, un...