Capítulo 3.

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Narra Alexander:

El murmullo constante del tráfico de la ciudad se desvanecía mientras cerraba la puerta de mi apartamento detrás de mí. La madera crujió ligeramente, como si susurrara secretos antiguos. Me apoyé contra ella, cerrando los ojos y permitiendo que la oscuridad me envolviera. Era mi refugio, un santuario de silencio en medio del caos de mi vida.

Sophie Durand había aceptado mi propuesta. La ironía no se me escapaba; la misma mujer cuya crítica me había herido profundamente ahora se convertía en mi aliada, aunque fuera temporalmente. Abrí los ojos y caminé hacia la sala de estar, donde los lienzos inacabados se erguían como fantasmas en la penumbra. Cada uno era un fragmento de mi alma, una lucha constante por expresar lo que las palabras no podían capturar.

Me acerqué a uno de los cuadros, mis dedos rozando la superficie áspera de la pintura seca. El rostro distorsionado de la figura central parecía mirarme con una mezcla de desafío y súplica, reflejando mi propia batalla interna. La presencia de Sophie en mi vida era un recordatorio constante de esa batalla, una chispa que avivaba tanto mi creatividad como mis inseguridades.

-¿Qué es lo que realmente busco en esto?- murmuré, como si el cuadro pudiera responderme.

La verdad era que no tenía una respuesta clara. El arte había sido mi salvación y mi condena, una búsqueda interminable de significado en un mundo que a menudo carecía de él. Y ahora, Sophie se había convertido en parte de esa búsqueda, una figura enigmática que desafiaba mis percepciones y alimentaba mi obsesión.

Me dejé caer en el sofá, el cuero frío contra mi piel. El reloj en la pared marcaba las horas con un tic-tac insistente, una melodía monótona que llenaba el espacio vacío. Pensé en la noche anterior, en la forma en que Sophie y yo habíamos hablado en el jardín de la galería. Su presencia había sido un contraste intrigante con el bullicio de la inauguración, una calma tensa que prometía tanto conflicto como colaboración.

**No te contengas**, había dicho. Y sabía que no lo haría. Sophie no era el tipo de persona que suavizaba sus palabras para proteger los sentimientos de los demás. Ella era brutalmente honesta, una cualidad que admiraba y temía en igual medida. Pero quizás era precisamente eso lo que necesitaba. Alguien que me empujara más allá de mis límites, que me obligara a enfrentar mis propias sombras.

El teléfono sonó, arrancándome de mis pensamientos. Era Julian, el curador de la galería.

-Alexander, lamento lo del apagón. Fue una noche complicada, pero he recibido comentarios positivos sobre tu obra.

-Me alegra escucharlo, Julian. Aunque lo del apagón fue una desafortunada coincidencia, al menos la reacción fue buena.

-Eso es cierto. Y, por cierto, me enteré de que Sophie va a colaborar contigo. ¿Es verdad?

-Sí, es verdad. Será una experiencia interesante, sin duda.

-Interesante es una forma de ponerlo. Buena suerte, Alexander. Estaré pendiente.

Colgué, dejando que el silencio llenara nuevamente el espacio. La colaboración con Sophie comenzaría pronto, y sabía que cada interacción con ella sería un desafío. Me levanté del sofá y me dirigí al estudio, donde el caos creativo de pinceles, tubos de pintura y bocetos esparcidos me daba una sensación de hogar.

Tomé un pincel, su mango familiar en mi mano, y me acerqué a un lienzo en blanco. La blancura pura era intimidante, un vacío que esperaba ser llenado con mis pensamientos y emociones. Cerré los ojos por un momento, dejándome llevar por la marea de sentimientos que burbujeaban en mi interior. Cuando los abrí, la imagen de Sophie apareció en mi mente, su rostro marcado por una mezcla de determinación y vulnerabilidad.

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