Capítulo 26.

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El aire de la tarde estaba cargado de un ominoso silencio mientras Alexander y Sophie caminaban por el parque. Habían pasado la mañana juntos, disfrutando de la simple compañía del otro, como si el mundo exterior no existiera. Pero el universo, implacable en su curso, tenía otros planes.

-Deberíamos ir a casa- murmuró Alexander, notando que Sophie parecía más cansada de lo habitual.

-Unos minutos más, por favor- respondió Sophie, su voz un susurro que apenas llegaba a los oídos de Alexander.

Se sentaron en un banco bajo un árbol frondoso, observando en silencio a las parejas y familias que pasaban. El dolor de cabeza de Sophie había vuelto, más fuerte que nunca, y una sensación de mareo comenzaba a apoderarse de ella. De repente, todo se volvió negro y se desplomó en los brazos de Alexander.

-¡Sophie!- gritó Alexander, el pánico llenando su voz mientras la sostenía. El corazón le martilleaba en el pecho mientras buscaba su teléfono para llamar una ambulancia.

Los paramédicos llegaron rápidamente, y Sophie fue trasladada de inmediato al hospital. Alexander no soltó su mano durante todo el trayecto, susurrando palabras de aliento que apenas lograban calmar su propio temor. Al llegar, los médicos se la llevaron de su lado, dejándolo solo en la sala de espera con un vacío creciente en su interior.

Las horas parecían días mientras Alexander aguardaba noticias. Finalmente, un médico se le acercó, su rostro serio y lleno de gravedad.

-¿Es usted familiar de Sophie?- preguntó, su tono profesional pero compasivo.

-Sí, soy su pareja- respondió Alexander, tratando de mantener la calma. -¿Qué ha pasado?-

El médico lo condujo a una sala privada, y lo que Alexander escuchó a continuación fue como un golpe directo al alma.

-Sophie tiene cáncer de riñón- explicó el médico, su voz firme pero llena de tristeza. -El cáncer está en una etapa muy avanzada. Hemos realizado más estudios y, lamentablemente, le queda mucho menos de dos meses de vida-

El mundo de Alexander se desmoronó en ese instante. La noticia era devastadora, más allá de cualquier pesadilla que pudiera haber imaginado. Apenas podía procesar las palabras, su mente luchando por aceptar la cruda realidad.

-¿No hay nada que puedan hacer?- preguntó, su voz quebrándose.

-Haremos todo lo posible para que sus últimos días sean lo más cómodos posibles- respondió el médico. -Pero el cáncer ha avanzado demasiado. Lo siento mucho-

Alexander sintió que el suelo se deslizaba bajo sus pies. Con la mente nublada por la tristeza y el miedo, se dirigió a la habitación donde Sophie estaba descansando. La vio allí, tan frágil y vulnerable, y su corazón se rompió en mil pedazos.

-Estoy aquí, Sophie- susurró, tomando su mano entre las suyas. -No te dejaré sola-

Sophie abrió los ojos lentamente, su mirada llena de confusión y dolor. Alexander la miró, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero el nudo en su garganta se lo impedía. Finalmente, encontró la fuerza para hablar.

-Nos dijeron lo que pasa, Sophie- murmuró, sus palabras llenas de una mezcla de amor y desesperación. -Voy a estar contigo, cada momento. No te dejaré-

Sophie asintió débilmente, una lágrima solitaria rodando por su mejilla. Aunque siempre había sido fuerte y valiente, en ese momento no podía evitar sentirse aterrorizada.

-No quería preocuparnos- susurró, su voz apenas audible. -Pensé que era algo pasajero-

-Lo sé- respondió Alexander, acariciando su cabello con ternura. -Pero ahora estamos juntos en esto. Vamos a enfrentar lo que venga, juntos-

Los días siguientes fueron un torbellino de emociones. Alexander dejó de pintar, dedicando todo su tiempo a estar al lado de Sophie. Las sesiones de quimioterapia y las consultas médicas se convirtieron en su nueva rutina, y la tristeza omnipresente era como un manto pesado que envolvía cada momento.

Una tarde, mientras estaban en la habitación del hospital, Sophie miró a Alexander con una mezcla de tristeza y amor.

-No quiero que dejes de vivir por mí- susurró, su voz débil pero decidida. -Quiero que sigas pintando, que sigas creando. Eso es lo que eres-

-No puedo pensar en otra cosa que no seas tú- respondió Alexander, sus ojos llenos de lágrimas. -Eres todo para mí, Sophie-

-Prométeme que seguirás pintando- insistió Sophie, apretando su mano. -Hazlo por nosotros, por todo lo que hemos compartido-

Alexander asintió lentamente, sabiendo que cumplir esa promesa sería su forma de honrar el amor que compartían. Aunque el dolor de perderla era insoportable, sabía que debía encontrar la fuerza para seguir adelante, por ella.

El tiempo pasó, y la salud de Sophie empeoró rápidamente. Cada día que pasaban juntos era un regalo precioso, aunque estuviera teñido de una tristeza profunda. Las risas compartidas y los momentos de ternura se convirtieron en recuerdos que Alexander atesoraría para siempre.

Una noche, mientras Sophie dormía, Alexander se sentó junto a la ventana del hospital, mirando las luces de la ciudad. Sus pensamientos eran un torrente de dolor y amor, recordando todos los momentos que habían compartido. Sabía que el tiempo con Sophie era limitado, pero cada instante con ella valía más que cualquier obra de arte que pudiera crear.

-Te amo, Sophie- murmuró al aire, su voz quebrándose en la oscuridad. -Siempre te amaré-

Esa declaración silenciosa fue su promesa eterna, un testimonio de un amor que trascendía el tiempo y el espacio. Mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, Alexander supo que, a pesar de la tristeza y el dolor, el amor que compartían sería su fortaleza para enfrentar lo que venía.

Los últimos días de Sophie fueron un mosaico de emociones: dolor, amor, tristeza y una extraña paz. Alexander estuvo a su lado, sosteniendo su mano y susurrando palabras de consuelo. Cuando finalmente cerró los ojos para no volver a abrirlos, Alexander sintió que una parte de su alma se había ido con ella.

La pérdida de Sophie dejó un vacío inmenso en su vida, pero también una determinación inquebrantable. Recordó su promesa y, con el tiempo, encontró la fuerza para volver a su arte. Cada pincelada, cada color, era una forma de mantener vivo el amor que habían compartido.

Alexander nunca dejó de amar a Sophie. Su legado vivió en cada cuadro que pintó, en cada obra que creó. Y aunque el dolor de su partida nunca desapareció por completo, encontró consuelo en el recuerdo de su amor, un amor que trascendió la muerte y que seguiría vivo en su corazón para siempre.





























¡Lector, antes de que me crucifiques! Escribiendo este capítulo, de verdad, derramé lágrimas a borbotones. Nunca había querido tanto a un personaje de mis propias historias. Pero, por más que me duele decirlo, la muerte de ella es escencial para este libro. Porque te advierto, este libro no tiene el final feliz convencional.

La Crítica del Arte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora