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Pedro

Me alegraba mucho de haber podido arreglar las cosas con ella. Diría que nuestra conexión ahora era más fuerte, más única. Desde entonces se había vuelto costumbre vernos cada miércoles y hacer algo juntos. Iker me caía muy bien, era muy buen chico para Iv. A veces venía con nosotros, nos habíamos hecho amigos, pero con quien de verdad me importaba estar era con Ivana. Sus padres me habían vuelto a coger confianza y según me contaba ella siempre preguntaban por mí. Pero bueno, mis padres y hermanas eran igual que ellos. La adoraban. Y hoy volvimos a vernos, la vi con cara de pena, y automáticamente tuve que preguntar.

–¿Qué te pasa, morena? ¿Estás bien?

–Me he peleado con Iker.

–Qué dices…

Suspiró y se pasó las manos por la cara. La abracé fuerte, odiaba verla así.

–¿Me cuentas qué ha pasado? –acaricié su melena.

–Ha sido un malentendido. Le he dicho que quería salir a cenar y me ha salido con que mañana no puede que va al gimnasio, le he dicho que no se va a morir si no va, y se ha cabreado, y no sé. Siento que me faltan partes y ha pagado algo que le molestaba conmigo –me miró con cara de pena.

–Pues tu tranquila, morena, cuando esté todo más tranquilo lo aclaráis. No se le ve un tío desquiciado, entrará en razón. No te preocupes –aparté el mechón que se le había puesto en la cara.

–No lo sé, Pedro. Creo que nuestra relación se va a acabar.

–... ¿Por qué se iba a acabar?

–Hay veces que las relaciones se enfrían y terminan, y es eso. No somos los mismos.

–Joder… Pues… Si te sientes sola en algún momento quiero que me llames. Me da igual si son las dos de la tarde, las cinco o las cuatro de la madrugada. Llámame, sobre todo si piensas hacer cualquier locura.

–Pedro –rió tiernamente y me puso la mano en la mejilla–, ya no me autolesiono.

–¿Qué? Me da igual lo que me vayas a decir, ya tengo trauma –me reí también.

–Gracias por preocuparte.

–Es lo que hace la gente cuando alguien le importa, morena –puse mi mano sobre la suya en mi mejilla.

Mientras nos mirábamos, sentía que algo surgia entre nosotros. Y me daba miedo, fuera lo que fuera. Porque de alguna manera, sabía exactamente lo que era. Sentía que me estaba enamorando de ella. O qué a lo mejor si es verdad que lo llevaba estando toda la vida. Me quedé acojonantemente sorprendido del click que mi cabeza acababa de dar.

–¿Pedro? ¿Me estás escuchando?

–¿Sí? ¿Qué? Perdón, ha sido un lapsus… –me reí.

–Que si vienes a mi casa.

–Ah, sí, claro. Nunca digo que no, ya lo sabes.

–Es que hace un calor sofocante y quiero ir a la piscina.

Estábamos a 22 de junio. Y si, hacía un calor increíble. Y yo estaba acostumbrado a ir andando por la vida con un bañador como pantalón, por si se me antojaba quitarme la camiseta y tirarme al mar. Ambos pillamos la guagua y fuimos a casa de Ivy, estaba sola. La esperé abajo mientras se ponía el bikini y nos fuimos directos a su piscina. No aguantaba más del calor, y la piscina estaba perfecta de temperatura. Me quedé flotando en el agua como una colchoneta, sentí el alivio al instante.

–Está buenísima… –dije al aire.

–Sí.

–El agua. O sea, tú también, pero el agua.

ᴍíʀᴀᴍᴇ ᴄᴏɴ ᴏᴛʀᴏꜱ ᴏᴊᴏꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora