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Pedro

Quería hablar con ella, pero cada mensaje que le escribía me dejaba en visto, y lo entendía. No me iba a perdonar y me iba a tocar aceptarlo. Viéndolo del lado positivo, sería una gran inspiración para mis temas, pero no tenía ganas ni de escribir. No tenía un lado positivo. No había por donde cogerlo. Nunca me había sentido tan mal en toda mi vida. Me sentí tan culpable como cuando Bruno colgó ese cartel y yo me quedé callado. Me sentía incluso peor. Solo pensar en lo que había hecho y todo lo que había generado en mi vida me daba ganas de vomitar. Tres años tirados a la mierda. Por mi culpa. Por una medida incalculable de alcohol, tabaco y ganas de follar. Genial.

–No quiere ni verme.

–Normal –me miró mi hermana.

–Me siento horrible.

–Y menos mal. Me avergonzaría muchísimo más de ti si no lo hicieras.

–Quiero recuperarla.

–Obviamente.

–¿Algún consejo? –no había salido de mi casa desde entonces. Bloqueé a esa tía. No quería saber nada de ella.

–Un ramito de violetas a su puerta.

–Voy a llevárselo entonces.

–Tendrás que demostrar más que nadie que tus intenciones son buenas. Porque sino, dala por perdida. Enmendar un error como este es como un trasplante de corazón, si no se hace con la mayor cautela, atención y cuidado, morirá.

–Sí, tienes razón.

–Intenta no parecer un desesperado.

–Ya lo parezco.

–Por eso te lo digo.

Asentí y me fui a por el ramo. Elegí el que me dijo mi hermana, las Violetas, y con la mano temblorosa y el corazón en mi puño, me encaminé a casa de Ivana. Esperaba no encontrarme a su padre, me mataría, pero si encontraba a su madre, lloraría. Ella seguro que me odiaría por haberle hecho algo así a Ivana. Ya no sería como una madre para mí.

Al llegar toqué al timbre. El corazón se me aceleró, lo sentía en la garganta. Abrió ella. Al verme se quedó congelada, pero por lo menos no me cerró la... bueno, mejor no digo nada.

–Ivy, por favor... –golpeé suavemente la puerta con mi nudillo.

–Vete.

–No quiero perderte, en serio. Llevo semanas sin salir de mi casa y lo primero que he hecho después ha sido venir aquí porque tenía que hablar contigo.

–Uy, perdona por tu tristeza. ¡Es tu culpa! –me abrió.

–¡Por eso estoy aquí! –cuando la vi con intenciones de volver a cerrar, puse el pie entre el hueco antes de que pudiera hacerlo. Me hizo un daño tremendo, pero aguanté–, por eso estoy aquí, porque me arrepiento, y quiero que lo veas. Quiero recuperarte, de verdad que quiero hacerlo. Sé que me odias, y sé que lo he hecho de la manera más horrible del mundo. Pero no quiero echar a perder los tres mejores años de mi vida, por favor –para este punto me era imposible no llorar.

–No pensaste en mí cuando lo hiciste. Déjame en paz.

–Ivana, fui un gilipollas. Estaba borracho, drogado y seguí haciéndolo porque seguía consumiendo. No era consciente de nada.

–¡Pues te acuerdas perfectamente!

–¡Son lagunas! Joder, mira, no sé cómo cojones hacer esto, solo necesito saber qué tengo que hacer para poder recuperarte. Si te pierdo a ti, me pierdo a mí. Por favor, Ivy...

–Estoy rota. No sé que sentir. Ni cómo perdonarte. Ni cómo volver a confiar en ti y estar tranquila de que no volverás a fallarme.

–He cambiado de estudio, en mi casa no ha vuelto a entrar el alcohol y me fumo casi tres paquetes por semana porque no aguanto la ansiedad de saber lo que he hecho. Si eso no es arrepentimiento entonces no sé qué cojones es –abrí la puerta desde el hueco que dejé abierto gracias a mi pie.

–No sé, Pedro, no sé nada.

–... Tómate tu tiempo. Si decides que no, entonces me tocará vivir con ello. Pero piénsalo, por favor –la miré a los ojos. Quería abrazarla y derretirme a llantos en sus brazos. Si me pidiera que me arrastrara, lo haría. Haría cualquier cosa con tal de recuperarla.

Simplemente me miró a los ojos y en menos de dos segundos la tenía pegada a mis labios y el ramo se me había caído al suelo. Me aferré a ella como si fuera la última vez que la probaría. La abracé fuerte, la saboreé, me derretí en ella. Se me escurrían las lágrimas de los ojos mientras sentía sus labios junto con los míos. Íbamos entrando en su casa a pasos cortos mientras nuestros labios no eran capaces de separarse.

–Sé que no vas a perdonarme todavía, pero dame otra oportunidad –susurré contra ella.

–No digas nada, por favor –volvió a besarme.

Acate órdenes. Me dejé llevar y me mantuve con la boca cerrada todo el rato que ella me pidiera. No iba a dejar que nada arruine este momento, porque no sabía cuándo volvería a pasar. Volvimos a besarnos sin descanso saboreando cada momento. En medio de su salón, de pie, los dos acariciándonos mientras no dejábamos de besarnos. Parecía sacado de una película romántica.

–Te odio.

–Lo sé, lo siento tanto...

–P-pero te amo tanto a partes iguales.

–Yo también te amo, morena –junté su frente con la mía.

–Esto es muy difícil.

–Lo sé... Deberías estar echándome de tu casa –hablábamos entre besos. No podíamos separarnos. Nos habíamos echado de menos.

–Debería.

–¿Pero...?

–No puedo.

–Yo tampoco quiero que lo hagas. Quiero quedarme contigo –la apreté fuerte contra mí, cerrando los puños en la tela de su ropa, cogiéndola con fuerza.

Volvió a besarme, esta vez con fiereza. Como si quisiera devorarme hasta lo más profundo. Incluso me temblaban las piernas de todo lo que sentía en este preciso momento. Mi miembro también estaba presente, para qué mentir, me era imposible con la forma en la que me estaba besando.

–Follame y olvidémonos de esto durante un rato.

Me la llevé al sofá sin pensármelo dos veces. Tenía sus manos en todas partes. Estaba tan hambrienta de mi como yo de ella. Follarnos con tanta necesidad era algo increíblemente brutal. Me volví loco con cada vaivén que tuve mientras ella hacía lo que quería conmigo. Terminé recuperando el aire con la cabeza en su pecho, escuchando sus latidos. No quería que este momento acabará jamás.

ᴍíʀᴀᴍᴇ ᴄᴏɴ ᴏᴛʀᴏꜱ ᴏᴊᴏꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora