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Ivana

Cuando Pedro se fue, Bruno y yo nos quedamos en mi habitación dándonos mimos. La situación de estar los dos solos y estar besándonos con cariño me gustaba, pero Bruno siempre acababa queriendo más. Y yo en ese momento accedí porque también tenía ganas de él, hacía mucho que no teníamos relaciones, y lo deseaba. La ropa empezó a faltar, sus manos recorrían mi piel, al igual que sus labios. Me tumbó boca abajo, y él me penetró sobre mí, recorriendo mi cuello, nuca y espalda de besos, sin que faltaran los sonidos de sus jadeos de placer. Como siempre, me estaba gustando, sabía cómo hacerme sentir bien. A pesar de estar en un momento raro en la relación, sabía tratarme y darme ese cariño que me gustaba de él.

Cuando acabamos, oímos la puerta otra vez. Supuse que Pedro se habría llevado mis llaves y acababa de llegar. Bruno me dio un último beso en el hombro y se tumbó a mi lado, sofocado del calor que emanaba nuestros cuerpos. Estuvimos un rato más ahí dentro, luego me vestí y bajé con él. No me gustaba dejar a la gente plantada.

–¿Qué tal con tus padres? –Bruno vino detrás mío al salón. Solo con el pantalón.

–Bien, como siempre.

Asentí y fui a por un vaso de agua. Bruno se sentó al lado de Pedro, oí que se dijeron algo, pero no alcancé a escuchar lo que fue. Para cuando volví, la cara de Pedro era tan seria como la de un sargento y Bruno sonreía.

–¿Qué pasa?

–Nada, no es nada –dijo Pedro.

Me los quedé mirando, me lo iban a decir. Pedro le echó una mirada a Bruno, estaba claro que él no iba a hablar. Aunque Bruno tampoco estaba por la labor de abrir la boca.

–O habláis, o os vais de mi casa.

–Es una conversación entre viejos amigos, nada que deba importarte –dice Bruno.

–Me ha amenazado –interviene Pedro–, bueno, no como tal. Pero no me quiere aquí, y está claro que va a hacer lo imposible para que me vaya. ¿O no, Bruno? –lo fulminó con la mirada y la sonrisa amigable de Bruno se borró en un segundo.

–Bruno…

–Me dejó de caer bien en el momento en el que empezaste a hablar más con él que conmigo.

–Tu no desapareciste por un año y medio.

–¡Pero soy tu novio!

–Lo sé, pero te veía raro y no sabía cómo acercarme a ti sin que me mordieras. Disculpame.

–Pues pregúntate por qué te mordía.

–Mira, con todo el respeto y la buena fé del mundo, Bruno –se metió Pedro–, ni ella, ni yo, ni la puta gata te tiene que preguntar nada sobre algo de lo que solo TÚ tienes responsabilidad. Tus celos, tus mierdas. Apechugas y lo hablas, ninguno tiene la culpa de que no sepas abrir la puta boca –me defendió.

–No quiero malos rollos –me senté en el otro sofá con ganas de llorar.

–Vete –siseó Bruno.

–Porque tú lo digas.

–Pedro, por favor. Deja que hablemos él y yo.

Su mirada se suavizó cuando me miró. Suspiró, se levantó y salió por la puerta.

–No tienes que ser así. Es tu amigo…

–No es mi amigo. Es un conocido que se ha aparecido cuando le ha salido de la punta de su santo obelisco.

–Ya…

–La que lo está haciendo mal eres tú abriéndole las puertas de tu casa a alguien con semejante cara.

ᴍíʀᴀᴍᴇ ᴄᴏɴ ᴏᴛʀᴏꜱ ᴏᴊᴏꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora