0| La bruja Ñangajúa

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    Una noche en La Habana del siglo XVIII tiene un encanto muy particular, refleja la mezcla de influencias españolas y africanas que caracterizan la vida en la colonia.

    La Habana amurallada, con calles estrechas y adoquinadas. Las casas, de estilo colonial español, construcciones de una o dos plantas con techos de tejas rojas y balcones de hierro forjado. La iluminación es tenue, proporcionada por faroles de aceite colgados en las esquinas y en las fachadas de las casas.

    La vida nocturna es animada, especialmente en las plazas principales como la Plaza de Armas y la Plaza de la Catedral. Las élites sociales se reúnen en tertulias y fiestas en las mansiones coloniales, donde se disfruta de música en vivo, danzas y banquetes. La música es una fusión de ritmos españoles y africanos, con instrumentos como guitarras, tambores y maracas.

    Para el pueblo, incluye visitas a tabernas y bodegas, donde se sirve ron y se organizan bailes. En las calles, es común encontrar vendedores ambulantes ofreciendo sus productos, y grupos de personas que socializan y comparten historias y chismes.

    Las festividades religiosas y los carnavales son eventos importantes que marcan la vida nocturna de la ciudad. Estos eventos combinan procesiones religiosas con celebraciones llenas de música, danza y comida.

    La seguridad es mantenida por la guardia colonial, patrullando las calles para mantener el orden. Sin embargo, las noches también pueden ser peligrosas debido a la presencia de piratas y contrabandistas en la zona.

    Es una mezcla vibrante de cultura, música, y vida social, con una rica atmósfera colonial que reflejaba la diversidad y complejidad de la sociedad cubana de la época.

    En medio de las bulliciosas calles nocturnas, una chica destaca entre la multitud.

    Su piel pálida resplandece bajo la luz de las antorchas y los faroles colgantes, contrastando con el ambiente festivo y colorido que la rodea. Su largo cabello rubio cae en suaves ondas sobre sus hombros, reflejando la luz y creando un halo dorado a su alrededor.

    Es extremadamente hermosa, con rasgos delicados que parecen esculpidos con precisión. Sus ojos, brillantes y llenos de vida, observan con curiosidad y asombro el ajetreo del carnaval. Lleva un vestido elegante, aunque sencillo, que se mueve con gracia mientras camina, destacando aún más su figura esbelta y etérea.

    A su alrededor, la música vibrante de tambores y maracas se mezcla con las risas y conversaciones animadas.

    Las calles están llenas de bailarines, vendedores de comida, y artistas callejeros, todos inmersos en la celebración. Pero, a pesar del bullicio y el frenesí, ella parece moverse con una calma y una elegancia que la separan del resto, como si fuera un personaje sacado de un sueño o una historia de fantasía, añadiendo un toque de magia y misterio.

    En el corazón vibrante del carnaval las almas de los músicos se derriten en un mar de sudor, como si sus cuerpos fueran velas al calor del mediodía.

    Cada gota que resbala por sus frentes es una pequeña estrella fugaz que se pierde en el frenesí del ritmo, mientras sus manos son torrentes de energía, golpeando tambores con la fuerza de un trueno y sacudiendo maracas como si fueran cascabeles de serpientes encantadas.

    La cadencia de su música es un río desbordado, llevando consigo el júbilo y la pasión de una noche interminable, donde el sudor no es más que el reflejo de sus almas ardientes, entregadas al éxtasis de la celebración.

    La chica observa al hombre moreno desde el otro lado de la calle.

    Su estatura imponente y la forma en que el traje se ajusta perfectamente a su cuerpo captan su atención de inmediato. La elegancia de su porte, con los hombros rectos y la mirada segura, transmite una confianza innata que la deslumbra.

Mar Pacífico [Libro I: Cuba] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora