10| Besos amargos

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    Donde el follaje se alza como una muralla verde y el aire húmedo trae consigo el eco distante de aves asustadas, un lago de aguas mansas brilla bajo el sol abrasador.

    Es un oasis de calma en medio de la naturaleza salvaje, pero aquella tarde, el lago presencia una escena tan terrible que hasta las aguas parecen oscurecerse en señal de duelo.

    La pareja de esclavos, exhausta y con los pies lacerados por las raíces que serpentean como trampas en la selva, han hallado ese rincón apartado como un refugio. Sus corazones laten al unísono, no solo por el cansancio, sino por la esperanza de una libertad tan anhelada que casi la pueden palpar.

    Se arrodillan juntos en la orilla, sintiendo el frío beso del agua en sus manos.

    Es un instante robado al infierno en que vivían, un respiro breve antes de que la realidad los alcanzara.

    El crujir de ramas y hojas secas detrás de ellos es el presagio de la tragedia. Los españoles, señores de la muerte y la desesperanza, los han encontrado. Sus miradas, cargadas de odio y de un desprecio arraigado en siglos de violencia, se clavan en la pareja como flechas.

    Los esclavos, aterrados, se miran a los ojos por última vez, sabiendo que sus sueños de libertad se disuelven como niebla al amanecer.

    El hombre fue el primero en ser capturado.

    Sujetado por brazos fuertes y crueles, es inmovilizado con una brutalidad que lo hizo sentir como una bestia atrapada, más que como un ser humano.

    Sus gritos de protesta fueron acallados por golpes que cayeron sobre él como la lluvia en una tormenta tropical, incesantes y despiadados. A su lado, su amada, la mujer que es su luz en la oscuridad, es arrastrada hacia el suelo.

    Donde la vegetación selvática abraza un lago casi inmóvil, se escuchan los ecos tristes de la naturaleza: los pájaros lloran, sus trinos son suspiros agónicos.

    Mientras los grillos, con su canto insistente, parecen gritar a la noche por la injusticia que presencian a la orilla de ese lago, bajo un cielo grisáceo que presagia tormenta, dos almas encuentran un efímero respiro en la libertad.

    Son una pareja de esclavos, desnudos no sólo de ropa sino de las cadenas invisibles que los atan desde su nacimiento.

    Sus cuerpos, ennegrecidos por el sol y la dureza de la vida, son testimonio de la resistencia. En ese breve momento, habían logrado escapar de las sombras que los perseguían, soñando con un mundo donde pudieran amarse sin miedo.

    Pero ese sueño fue interrumpido por el rugido de botas pesadas sobre la tierra húmeda.

    Los españoles, como depredadores cazando a su presa, apareciendo de entre los árboles, sus miradas cargadas de crueldad. Con rifles en mano y miradas de desprecio, los rodean, cortando de raíz cualquier esperanza de fuga.

    La mujer, una criolla mulata de ojos grandes y lágrimas ardientes, intenta cubrirse, pero no había telas que escondieran su vulnerabilidad. Su compañero, un hombre robusto con el alma rota pero indomable, es empujado al suelo con violencia.

    Mientras se retuerce, siente la frialdad de la muerte acercarse, pero no puede apartar la mirada de su amada, cuyo llanto es el único sonido que puede ahogar el canto de los grillos.

    Uno de los españoles, con la furia del poder corrompido, se acerca al hombre y, con una voz cargada de veneno, le susurra: "Te vas a arrepentir de lo que hiciste, negro". No eran sólo palabras, son un presagio, una sentencia que se cumpliría sin misericordia.

Mar Pacífico [Libro I: Cuba] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora