12| La sirena de Cuba

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    En una mansión colonial, bajo el peso de los candelabros y las sombras de la historia, Catalina, en esta ocasión vestida de encaje y seda, comienza a adentrarse en los laberintos de sus sueños.

    Sin darse cuenta que el niño del diente largo está tejiendo un hilo de telarañas en su mente. Rebuscando en sus memorias y analizando su corazón. Le tocará descubrir si ella es digna y de alma puro, ya que el fracaso traerá consigo quedarse en un sueño eterno.

    Ella es como un pájaro dorado atrapado en una jaula de oro, donde la opulencia es su cárcel y las normas son las barras. Pero en la profundidad de su subconsciente, cada noche se quiebra esa jaula y la brisa salina del mar irrumpe en su mente.

    Se ve a sí misma de niña, con los pies desnudos sobre la arena cálida, el viento jugando con su cabello amarillo como el sol.

    Su vestido de niña de alta alcurnia se deshilacha en tiras de libertad, desvaneciéndose con el oleaje que acaricia la orilla.

    Los remos de un bote invisible parecen llamarla, y aunque el eco de las voces de su linaje resuena en la lejanía, ella solo escucha el rugido profundo y misterioso del océano.

    Siempre sintió que el horizonte le susurraba, un susurro que se esconde entre las palabras cuidadosas de las damas y los gestos refinados de los caballeros. Cada vez que intenta adentrarse en sus sueños, es como si su alma atravesara las paredes de esa vieja casa, las rejas invisibles que su apellido había erigido, para ser llevada por las olas hacia lo desconocido.

    En su infancia, esa llamada es un grito salvaje que le incendiaba el pecho, un deseo insaciable de correr, nadar y sentir que el agua y el viento son sus verdaderos compañeros, más fieles que cualquier regla, o deber, impuesto por su casta.

    Atrapada en estos sueños, cada detalle de su niñez vuelve a ella: el sonido de las hojas de palma agitadas por la brisa, el olor a sal y aventura, y el toque frío del agua que le promete infinitas posibilidades.

    Pero siempre, justo cuando está a punto de lanzarse al mar, un latido invisible la empuja de vuelta a la orilla, recordándole las cadenas invisibles que la atan a un mundo de privilegios y restricciones.

    Navega entre dos mundos: uno que la aprisiona y otro que la llama como el canto de una sirena, prometiéndole que más allá del horizonte, más allá de su reflejo en el agua, existe la verdadera libertad.

    La vida de una niña de seis años de la clase alta es como un pequeño jardín de rosas en medio de un vasto y complejo campo de cañas de azúcar.

    Su existencia está rodeada de un ambiente de lujo y privilegio, pero también de contrastes marcados por la historia de la colonia, los ritmos del comercio y las jerarquías sociales.

    Despierta cada mañana en una casona colonial de altos techos y ventanas amplias que dejan entrar el suave viento del Caribe. Los suelos de baldosas de colores reflejan la luz del sol que se filtra entre las palmas, mientras las paredes están decoradas con los retratos solemnes de antepasados vestidos con galas europeas.

    Ella, una pequeña flor en este jardín, todavía no comprende la totalidad del mundo que la rodea, pero lo siente en su propia piel.

    Cada mañana, la niña es vestida con esmero.

    Sus vestidos son verdaderas obras de arte, de encajes blancos y sedas traídas de España o tal vez de las Filipinas, confeccionadas por manos expertas. Las faldas amplias, como campanas, la hacen parecer una pequeña muñeca, siempre impecable, con una cintilla de satén en su cabello, que cae en largos bucles oscuros.

Mar Pacífico [Libro I: Cuba] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora