2| Verde como un saltamontes

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    Un barrio que se irgue como una melodía desafinada en una sinfonía de esperanza. Las calles empedradas, normalmente vibrantes con risas y juegos infantiles, ahora se sienten como páginas arrancadas de un libro de cuentos. Los ecos de los pasos resuenan como lamentos. 

    Una sinfonía de almas perdidas, pues la sombra de una bruja horrorosa y poderosa se ha robado la esencia misma del barrio: nueve bebés, arrebatados de sus cunas bajo el manto de la noche.

     Los hogares, antes llenos de vida y calidez, se asemejan a templos desiertos, con altares donde las cunas vacías son los tronos de la desesperación. Las ventanas, que solían ser los ojos vigilantes de la comunidad, se tornaron en párpados cerrados, negándose a ver la cruda realidad. 

    Los árboles susurran entre sí, como ancianos contando historias de tiempos mejores, mientras sus ramas se inclinan, pesadas por el peso de la tristeza y el miedo.

    El cielo sobre el barrio se viste de un gris perpetuo, como si el sol mismo hubiera decidido no asomarse por miedo a la bruja. Los vientos, antes mensajeros de frescura y alegría, ahora aúllan con un frío estremecedor, llevando consigo los susurros de madres y padres destrozados. 

    Es un rincón de la Habana donde la esperanza ha sido secuestrada, envuelta en la bruma oscura de la brujería, dejando a los habitantes en un limbo de terror y desolación.

    Este barrio, una vez un lienzo de colores vibrantes, se ha convertido en una pintura descolorida y rota, donde cada esquina esconde un lamento y cada sombra, un susurro de niños perdidos, atrapados en las garras de la bruja. 

    Así, el corazón de la Habana late más débil, herido por el eco de los nueve bebés robados, mientras el barrio lucha por no sucumbir completamente a la oscuridad.

    La casa se siente como un jardín en invierno, donde el frío ha congelado el florecimiento de la esperanza. Los rincones que antes vibraban con risas y pasos ahora son sombras silenciosas, y cada habitación guarda un eco distante de lo que pudo ser. Las paredes, testigos mudos de sueños rotos, parecen encogerse bajo el peso de una tristeza invisible, mientras el aire denso lleva consigo susurros de recuerdos y un anhelo inalcanzable por un futuro que nunca llegó.

    Catalina, cargando un peso invisible pero inmenso en su corazón, se dirige al río como si fuera atraída por un imán de sombras.

    «Si no me hubiese escapado de casa anoche»

    El sentimiento de culpabilidad se asemeja a cargar una pesada mochila llena de piedras afiladas. Cada paso que da, las rocas le recuerdan lo que podría haber hecho diferente, y aunque intenta seguir adelante, el peso la encorva, limitando su capacidad de avanzar. 

    Las piedras rozan constantemente su espalda, causando un dolor persistente que no desaparece, sino que se intensifica con cada pensamiento sobre lo que pudo haber sido, dejándola atrapada en un ciclo de auto-recriminación y pesar.

    Las aguas, normalmente mansas y cristalinas, parecen susurrarle promesas de olvido y descanso eterno. Con cada paso que da hacia el río, el suelo bajo sus pies se convierte en arena movediza, arrastrándola más y más hacia la corriente.

    Sus cabellos dorados, como hebras de sol, contrastan con el verde exuberante de la vegetación que la rodea. Con movimientos algo torpes y descuidados, se despoja de su vestido de encaje, cuidadosamente elaborado con los mejores tejidos europeos.

    Sus dedos delicados sueltan los botones de su corsé, y el aire cálido de la tarde acaricia su piel al descubierto. Su respiración se acelera, no solo por la anticipación del agua fresca, sino también por los pensamientos que nublan su mente. A pesar de su belleza y su vida privilegiada, una sombra de culpa y negatividad la asedia.

Mar Pacífico [Libro I: Cuba] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora