14| La hija del mar +Escena spicy 🌶️

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    Como un barco de tierra firme, surcando las calles empedradas de La Habana con la elegancia de un galeón sobre el mar Caribe. La estructura es un capullo majestuoso de madera tropical, robusto y esculpido a mano con detalles florales que parecen bailar bajo la luz del sol tropical.

    El cuerpo del carruaje es una sinfonía de barnices oscuros y pulidos, reflejando el dorado atardecer como un espejo que guarda la historia y el lujo de aquellos tiempos.

    Sus ruedas, grandes y macizas, llevan a la nobleza por calles polvorientas, girando como los engranajes de un reloj antiguo que mide no solo el tiempo, sino el prestigio de sus ocupantes.

    A cada vuelta, las ruedas crujen levemente, casi como un murmullo de secretos coloniales, entremezclados con el sonido de los cascos de caballos, fuertes y adornados con bridas de cuero fino y herrajes dorados.

    Las cortinas del carruaje son de terciopelo profundo, tan pesado y oscuro como la noche que cae sobre las plantaciones de caña. Desde adentro, las damas de la aristocracia asoman sus rostros, enmarcados en encajes y peinetas, mientras sus manos, enguantadas en seda, juegan con abanicos de marfil.

    Cada movimiento parece un susurro que viaja en el aire cálido de la isla.

    El cochero, vestido con chaqueta oscura y sombrero de ala ancha, es la extensión viva de los caballos que guía, cada movimiento suyo es calculado, controlado, como si estuviera pintando una obra maestra en cada curva del camino.

    Al paso del carruaje, el viento levanta un perfume de tierra mojada y tabaco que se mezcla con el aroma a azúcar quemada que impregna las calles.

    Este carruaje no es solo un medio de transporte, es un símbolo de poder, una joya rodante que transporta no solo personas, sino el eco de una época dorada, llena de contrastes, de ostentación y privilegio en una isla llena de historias por contar.

    En una tarde sofocante de La Habana, el bullicio de la ciudad se funde con el sonido de los cascos de los caballos golpeando el pavimento irregular de las calles. La brisa cálida apenas se siente, y la humedad del ambiente se adhiere a la piel.

    El sol, en pleno apogeo, baña la ciudad de una luz dorada, proyectando largas sombras desde los carruajes que avanzan lentamente.

    Los carruajes, elegantes y refinados, son verdaderas obras de arte en movimiento.

    La madera es de caoba oscura y brillante, trabajada con detalles tallados en forma de volutas y motivos florales. Los herrajes de bronce relucen al sol, y las cortinas de terciopelo, generalmente en tonos burdeos o azul marino, están medio cerradas, ofreciendo privacidad a sus ocupantes.

    Las ruedas, grandes y robustas, giran con un chirrido leve, pero estable, mientras avanzan por las calles empedradas.

    Los mulatos o negros asalariados, que manejan estos carruajes, llevan uniformes que denotan su posición. Visten camisas blancas de lino, frescas pero formales, y chalecos oscuros de paño que, a pesar del calor, deben usar para mantener la apariencia decorosa exigida por sus amos.

    Sobre sus cabezas, sombreros de ala ancha protegen sus rostros del sol implacable.

    Las manos, enguantadas, sujetan con destreza las riendas de los caballos.

    La conversación entre los conductores es escasa, modulada por un tono bajo y respetuoso, sabiendo que sus palabras pueden ser escuchadas por la familia adinerada que viaja en el interior.

    El idioma que usan es un español con fuerte influencia africana, susurrante y melodioso, pero, sobre todo, humilde.

    Por fuera de los carruajes, la vida se despliega en las calles polvorientas de la ciudad.

Mar Pacífico [Libro I: Cuba] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora