11| La balada del Chichiricú

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    Se encuentra en un crisol de realidades, donde la brisa cálida acaricia las cicatrices del pasado y el presente se desvanece en un laberinto de espejos.

    En una simulación que mezcla la crudeza de la vida real con los reflejos distorsionados de la mente, el hombre se encuentra en el corazón de una casa española, un palacio de sombras y fantasmas que cuchichean susurros de traición y dolor.

    Las paredes de la casa, cargadas con el eco de sus ancestros, se alzan como gigantes dormidos que lo observan con ojos de piedra. Cada habitación es un espejo de su alma, donde los muebles, los cuadros y las cortinas pesadas parecen palpitar con la historia que le fue robada.

    El hombre, atrapado en esta maraña de realidades superpuestas, debe enfrentarse a la decisión que lo definirá: una elección que desafiará su corazón, su orgullo y su humanidad.

    El reloj de la sala, un monstruo de engranajes y madera tallada, late como un tambor de guerra, marcando el tiempo que se desliza entre sus dedos.

    La simulación le presenta dos caminos, como dos ríos que fluyen en direcciones opuestas: uno, lleno de venganza y justicia, lo lleva a tomar lo que le fue arrebatado con la furia de un huracán; el otro, sinuoso y cubierto de niebla, lo invita a perdonar, a encontrar una nueva vida en la paz que tanto le ha sido negada.

    El hombre se encuentra en el umbral de la decisión, su corazón dividido entre el peso de la historia y la promesa del futuro. Afuera, el sonido del mar se mezcla con el susurro de los árboles, como una canción ancestral que lo llama a recordar quién es, qué perdió y qué está dispuesto a sacrificar para recuperar su alma.

    La casa respira con él, cada rincón lleno de los espectros de los españoles que lo despojaron de todo, pero también de las posibilidades de redención.

    En este momento suspendido en el otoño, la simulación le permite ver más allá de las sombras y los espejos.

    El hombre moreno, forjado en el fuego de su propia historia, se convierte en un símbolo de resistencia, un faro en la oscuridad que ilumina el camino hacia una verdad más profunda.

    Su decisión, cualquiera que sea, será una declaración al mundo y a sí mismo: que su espíritu, aunque doblegado, jamás será quebrantado.

    Su alma encadenada en la niebla de un sueño perturbador.

    Sus emociones se retuercen como una tormenta en alta mar, atrapado en una realidad que se siente irreal, como si los muros de la casa española fuesen el horizonte de un abismo sin fin. La sala, con sus figuras distorsionadas y grotescas, es un reflejo de su propia desesperanza.

    El hombre que fuma un tabaco exhala un humo espeso que se enreda en sus pensamientos, como serpientes venenosas que susurran recuerdos de opresión y sufrimiento.

    Su corazón late con la furia contenida de siglos de dolor, mientras el fuego del tabaco arde como la injusticia en su pecho.

    El otro español, con su hijo al lado, es una sombra de autoridad inamovible, una montaña que se cierne sobre él, bloqueando cualquier rayo de esperanza. Sus miradas, frías como la piedra, perforan su espíritu, recordándole el peso de su existencia bajo el yugo de la dominación.

    Y allí, en el rincón más oscuro, la brutalidad del tercer hombre es un espejo de su impotencia, una herida abierta que sangra en su conciencia.

    La mujer, su amada, llora por su Juan, y esas lágrimas son como cuchillas que desgarran su alma. Cada sollozo es un grito de auxilio que resuena en la caverna de su mente, empujándolo al borde del precipicio de la desesperación.

Mar Pacífico [Libro I: Cuba] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora