15| En la penumbra del carnaval

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    Catalina está atrapada en un remolino de recuerdos, como una hoja que el viento ha arrojado en un ciclo perpetuo. Su mente flota entre las sombras de la vigilia y el sueño, mientras el niño del diente largo, esa criatura mítica, bucea profundo en los pozos de su memoria.

    Catalina yace inmóvil, como Blancanieves en su ataúd de cristal, pero en su interior la escena que intenta reprimir se desenvuelve, fresca y ardiente como si fuera ayer.

    Es de noche, y el carnaval, un mar de máscaras y risas, la rodea.

    Los tambores africanos resuenan como latidos primitivos, el olor a ron y azúcar quemada se mezcla con el de la tierra húmeda tras la reciente lluvia. Ella avanza, inquieta, disfrazada de algo que no es, oculta bajo un vestido sencillo, el de su sirvienta. Ese atuendo, tan ajeno a su clase, le brinda una extraña libertad.

    Sus pies descalzos sienten el frío de las piedras, pero su alma arde de emociones encontradas. Ha huido de la jaula de su hogar, del peso de su apellido y del destino que otros trazaron para ella.

    Entonces, lo ve.

    El moreno aparece entre la multitud como una sombra demasiado real, demasiado presente. Su piel brilla bajo la luz temblorosa de las antorchas, pero es su mirada la que la atrapa, como si la hubiera estado esperando. Sus ojos, oscuros como el ron añejo, penetran su disfraz y la desnudan en su esencia.

    La escena se ralentiza como el último latido antes de un abismo.

    Catalina siente cómo todo a su alrededor se difumina, se convierte en humo, en un eco lejano de carcajadas y música. El moreno está ahí, inmóvil entre las figuras danzantes, pero su quietud lo hace destacar, como un lobo en medio de una manada de ovejas.

    Ella lo reconoce.

    No solo como el hombre que vio esa noche, sino como un espectro que ha rondado sus sueños, un presagio de algo inevitable. La cicatriz en su mejilla, una curva fina que parece narrar una historia, brilla como una marca del destino, como una señal que había estado ignorando.

    Su cuerpo quiere moverse hacia él, pero una fuerza inexplicable la retiene.

    Es el miedo, pero también el anhelo, dos emociones que la atan al mismo tiempo.

    Mientras revive esta escena en su mente, el niño del diente largo sigue rebuscando en sus recuerdos, tirando de hilos invisibles, jugando con su pasado como si fuera una marioneta. Pero Catalina, atrapada en este reencuentro con el moreno, no se da cuenta.

    No siente la invasión de la criatura en su mente, porque está perdida en esa noche, en ese instante en el que su vida cambió sin que ella lo supiera. El niño sonríe, con sus dientes puntiagudos brillando como cuchillas bajo la luz de la luna.

    Catalina, en su letargo, sigue danzando en su propio carnaval de recuerdos, sin saber que está atrapada en una realidad manipulada.

    El moreno se acerca en su memoria, o tal vez es ella quien se acerca a él.

    Las máscaras se disuelven a su alrededor, los disfraces caen, y el sonido del carnaval se convierte en un murmullo lejano, como el oleaje en la costa.

    La noche resplandece con un brillo antiguo, como si las estrellas mismas hayan descendido para presenciar la escena. Catalina, de pie bajo una farola de hierro forjado, parece un espejismo, con su cabello de canela rubia pegado a su frente y a su cuello.

    El calor del ambiente, mezclado con el sudor que nace de la piel viva, transforma su cuerpo en una estatua reluciente, despojada de ornamentos y corsés. Frente a ella, el moreno la mira con una intensidad primitiva, como si sus ojos negros pudieran escudriñar cada rincón de su ser.

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⏰ Última actualización: Sep 26 ⏰

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Mar Pacífico [Libro I: Cuba] BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora