1. Nuevo País, Nuevas Costumbres.

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Nuevo país, nuevo idioma, nuevos dramas. Ya va siendo hora de vender mi vida a Netflix

Zaira.

Mi primera gran aventura comenzó al salir de Venezuela en buseta, cruzando trochas a pie y siendo detenidos por paramilitares que querían nuestras mascotas.

Salimos el 16 de diciembre y, en medio de los llantos de los niños agotados, tratábamos de animarlos diciendo que el Niño Jesús estaba por llegar. La Navidad nos pilló caminando seis horas por las carreteras colombianas en plena pandemia.

En Colombia, algunas personas en moto nos dieron comida y juguetes. Pero las cosas se pusieron feas cuando un chofer de buseta nos robó el poco dinero que teníamos y quiso dejarnos tirados a mitad de camino. ¡Casi lo atamos y secuestramos para seguir la ruta, como ya había pasado con otro grupo!

En Perú, mi mamá y yo nos subimos a una combi para cruzar un desierto. Mi mamá decía que se sentía en la película "Los Dioses Deben Estar Locos" en el Kalahari, y yo no podía parar de reír. Mi papá, mi hermano, un tío y una de las mascotas iban en otra combi, y también tuvieron problemas.

Bajamos rápido de la combi porque venían militares, y casi corriendo, subimos un muro con una escalera. Camino a Chile, tuvimos que esconder a las perras entre el equipaje. Las descubrieron y perdimos el dinero junto con los pasajes. Nuestra pug sufrió un golpe de calor y casi me muero del susto cuando se desmayó en brazos de mi mamá. Afortunadamente, mi mamá la revivió con RCP. Pasamos la noche en un hotel de mala muerte antes de continuar.

Llegando a Chile, nos obligaron a meter a las perras en la maleta. La pug, con su lengua larga, siempre parecía sacarla. Mi mamá dijo: "Si las perras se mueren, tendremos problemas". Al llegar a Santiago, el encargado de las maletas subió pálido diciendo que la pug no se movía. Bajamos todos y, por suerte, solo estaba dormida.

Chile fue mi primer destino, y aunque al principio no fue fácil, seguí estudiando con ganas. Pero las cosas se complicaron y después de casi cinco años nos quitaron los papeles. No querían más venezolanos, y eso nos llevó a una crisis económica. Solo mi padre pudo trabajar en la panadería de un amigo.

Salir de Venezuela me abrió los ojos. Conocí tanto a gente buena como a gente inhumana. Pero también encontré a Lupi, hija de Akira la pug, y a Sirius, el nuevo miembro de la familia.

Con las puertas cerradas en Chile, nos fuimos a Argentina, aunque no fue fácil. Conocí a personas maravillosas que nos ayudaron a encontrar trabajo mientras yo terminaba mis estudios.

Y aquí estoy, ahora viviendo en Estados Unidos.

Seattle, Washington, EE. UU.

-Joseph -llamé, buscando con la mirada al dueño del pedido. Lo vi acercarse y sonreí amablemente al entregarle su café-. Aquí tiene, señor.

-Qué educada -dijo, sin apartar los ojos de mí. Me escaneó de arriba abajo con una mirada intensa y escrutadora. Sentí un escalofrío recorrerme mientras lo observaba con confusión, hasta que finalmente se limitó a decir:

-No te había visto antes.

Mi atención se centró en él. Seguía mirándome detenidamente.

-No eres estadounidense, ¿verdad?

Solté una risa baja, observándolo. Es un hombre de unos treinta y algo, casi calvo, vestido con un traje a medida y con unos ojos tan brillantes como diamantes.

-¿Se me nota mucho mi mal inglés?

-No tanto, pero sí.

-Soy venezolana -afirmé, mientras observaba cómo dos clientas entraban por la puerta.

Más Allá De Las Fronteras. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora