22.- Soledad

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Jimin miraba, completamente abrumado, los documentos en sus manos

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Jimin miraba, completamente abrumado, los documentos en sus manos. Su vida, ahora tan cotidiana y aburrida, lo sumía en una monotonía desesperante. Cada día era una repetición agobiante, y se preguntaba si esto era realmente lo que había deseado años atrás o si la soledad lo estaba consumiendo poco a poco. Pero finalmente, después de años, su venganza había llegado a su culminación. Sin embargo, ¿realmente había valido la pena?

El despacho de Jimin era un espacio frío y despersonalizado. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros y carpetas, todo perfectamente ordenado. El único indicio de su humanidad era una pequeña planta que apenas sobrevivía en una esquina del escritorio. La luz fluorescente del techo iluminaba con una intensidad incómoda, proyectando sombras nítidas y creando un ambiente casi quirúrgico. La ventana al fondo de la habitación mostraba un cielo gris y nublado, reflejando su estado de ánimo.

Dejando de lado el papeleo, Jimin abrió el primer cajón de su escritorio y sacó el teléfono que había comprado exclusivamente para aquella misión que llevaba un año ejecutando. Era un aparato sencillo y discreto, diseñado para no llamar la atención. Rápidamente encendió el dispositivo, su pantalla iluminándose con un destello azul. Verificó que nadie lo miraba, aunque estaba solo en la oficina. La paranoia se había convertido en una segunda naturaleza para él.

Marcó el único número guardado: "Kook". Se llevó el teléfono al oído, esperando con una mezcla de ansiedad y resignación. El sonido de los tonos de llamada llenaba la habitación, cada uno resonando como un eco en su mente. Finalmente, la grabación automática respondió, informándole que el número se encontraba apagado. Jimin cerró los ojos, dejando escapar un suspiro profundo y cansado. No recordaba cuántas veces había llamado. El primer mes, sus llamadas llegaron a ser doce al día, pero ahora, doce meses después, se reducían a una o dos por día.

Resignado, dejó el teléfono en su lugar y se recostó en su silla, mirando al techo. Las luces fluorescentes parecían más brillantes de lo usual, como si intentaran destacar la frialdad de su existencia. Se preguntó si alguna vez encontraría paz o si siempre estaría atrapado en este ciclo de arrepentimiento y desesperación. La venganza había sido su única motivación durante tanto tiempo, pero ahora que la había logrado, se encontraba vacío, sin saber hacia dónde dirigir su vida.

—Vaya, amigo, te ves terrible —dijo Taehyung mientras entraba y se sentaba—.

—Me veo como me siento —suspiró Jimin.

—Lograste todo lo que querías y ahora te sientes así. No te entiendo, amigo. Pensé que después de que todo terminara serías feliz, pero pareces un zombi.

—No tengo ánimos para hablar, Tae.

—Está bien, tranquilo. Solo quería invitarte a una copa. Hace semanas que no compartimos tiempo juntos.

Jimin sonrió.

—Es tu culpa por ser toda una celebridad.

Dicho esto, se dirigieron a un bar conocido.

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