1.-La Libertad

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Jimin observaba a los prisioneros desde su lugar en el comedor

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Jimin observaba a los prisioneros desde su lugar en el comedor. Eran hombres altos y fuertes, con tatuajes y perforaciones, que habían cometido toda clase de crímenes.

Cuando ingresó a la cárcel hace cuatro años, esta escena le hubiera resultado aterradora. Recuerda cómo, en sus primeros meses, evitaba a toda costa cruzarse con los demás reclusos, incluso llegando al extremo de comer en los baños para pasar desapercibido. Pero ahora, después de convivir con ellos durante cuatro años, ver a todos estos criminales le parecía algo cotidiano y normal.

La comida seguía siendo igual de mala que el primer día, incluso peor. Un guiso aguado y con muy poco sabor era el plato del día. Jimin observó los trozos flotando en el caldo grisáceo y lanzó su plato lejos con total disgusto. Ya no soportaba tener que comer esa comida desagradable día tras día.

Su amigo Taehyung, que se encontraba a su lado, notó su expresión de desagrado y fastidio y le preguntó preocupado:

—¿En qué piensas?

Esto hizo que Jimin volviera en sí, regresando de sus recuerdos y divagaciones. Sonrió levemente al ver la cara de preocupación de Taehyung. Era un consuelo y alivio tener a alguien como él dentro de ese horrible lugar.

Taehyung era un hombre alto y muy apuesto, con unos rasgos afilados y una sonrisa cuadrada que hacía suspirar a más de uno entre los reclusos. Jimin agradecía infinitamente tenerlo a su lado, apoyándolo y cuidándolo después de todo lo que había vivido desde que puso un pie en ese lugar.

—Lo de siempre —respondió Jimin, moviendo la cabeza con indiferencia, minimizando su momentánea distracción.

—No comerás, ¿verdad? —preguntó Taehyung, enfrentándose al contenido de la cuchara con repulsión, tragándolo rápidamente para evitar saborearlo.

—Esto superó completamente mi límite —afirmó Jimin, frunciendo la nariz al ver a su amigo comer—. No entiendo cómo puedes meterte esa porquería a la boca.

Taehyung se encogió de hombros; ya estaba tan acostumbrado a la pésima comida que apenas prestaba atención al sabor.

Terminaron de comer lo que pudieron y se levantaron para regresar a la celda que compartían. Sin embargo, justo antes de poder salir del comedor, se toparon con la imponente figura de Mingyu, otro de los reclusos. Sobre él, tenían poca información; lo único que sabían era que cumpliría una condena de 20 años relacionada con drogas. También corría el rumor de que había asesinado supuestamente a un guardia que lo estaba golpeando, generando temor entre los demás presos.

El hombre se acercó tímidamente a Jimin y lo saludó:

—Hola, Jimin —saludó con una voz grave y ronca, sus ojos nerviosos escudriñando a su alrededor para asegurarse de que nadie los observara.

Jimin sabía perfectamente lo que Mingyu buscaba. No era la primera vez que el hombre le pedía encontrarse a solas. En el pasado, Jimin se habría negado, pero últimamente estaba aceptando sus encuentros. Después de todo, no le desagradaba la idea de liberar estrés con Mingyu. Era un hombre atractivo, muy alto y fornido, de espalda ancha y brazos marcados. Y lo más importante, gracias a él y al temor que les infundía a los demás reclusos, ya nadie se atrevía a molestar a Jimin.

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