Cuatro años después de traicionar a Jungkook por dinero, Jimin sale de prisión para enfrentar a su pasado. Jungkook, ahora con una familia, advierte a Jimin que cualquier amenaza hacia ellos no quedará impune.
-No te preocupes, Jungkook -susurró Jim...
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Años antes...
Dos nuevos niños llegaron al orfanato, pero la realidad de este lugar distaba mucho de lo que se retrataba en las novelas y películas. Aquí, apenas lograban comer, y el amor y la comprensión eran elementos ausentes entre esas frías paredes.
Jimin siempre fue un chico pragmático, reservado, inteligente y meticuloso. Siempre sabía qué decir y qué hacer para agradar a sus mayores; no era tonto. En su pasado, había conseguido algo de dinero en las calles con varias historias. Una de sus favoritas era que él era el hijo de un gran empresario, pero se había perdido y necesitaba dinero para costearse un pasaje en taxi. Incluso proporcionaba una dirección falsa de un lujoso barrio en el centro de Seúl. La mayoría de las personas le creían y le otorgaban el dinero gracias a su bonita apariencia. Nadie cuestionaba su versión.
Mientras estaba sentado en aquel pequeño escritorio, trataba de resolver aquellos ejercicios que habían aprendido ese día. Las monjas no solían enseñar bien, y él prefería buscar cómo resolverlos por su cuenta. Concentrado, cuando de repente Jungkook entró por la ventana con un par de pasteles que probablemente se había robado de la cocina.
— ¡Mira lo que traje! —exclamó entusiasmado, blandiendo un par de apetitosos pasteles que efectivamente acababa de sustraer furtivamente de la cocina.
Jimin frunció el ceño, pero el crujir de su estómago lo delató. Jungkook, risueño, le tendió uno de los pasteles.
—Anda, sé que lo quieres. Dame un beso en la mejilla y será tuyo —dijo con picardía.
—Eres un sinvergüenza —replicó Jimin, fingiendo indignación mientras aceptaba gustoso el dulce regalo y le daba un fugaz beso en la mejilla al descarado de Jungkook.
De pronto, se escucharon unos pasos acercándose. Eran las monjas, que como de costumbre venían persiguiendo al travieso de Jungkook. Éste se apresuró a esconderse en el viejo baúl de Jimin, quien siguió resolviendo problemas con total parsimonia cuando irrumpió la monja que siempre retaba a Jungkook.
—Seguro ha estado aquí el granuja de tu amiguito, ¿verdad? —inquirió la monja, escudriñando el cuarto.
—Él no es mi amigo, hermana. Y no lo he visto —mintió Jimin sin despegar la vista de su cuaderno.
La monja solo bufó y salió de allí.
—Gracias —dijo Jungkook saliendo de su escondite—, ten, come el otro —le tendió el otro pastelillo.
—¿No comerás tú?
—No, la verdad no me gusta lo dulce.
Jimin comió su otro pastelillo.
—No deberías arreglarte, tengo entendido que vendrán los Choi a visitarte de nuevo —dijo Jungkook acostándose en la cama y mirando a Jimin—. Creo que les causaste una buena impresión y pronto saldrás de aquí.