CAPÍTULO 25

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Avril Fray.

A veces reímos tan vivamente que olvidamos el sabor de las lágrimas al caer. A veces, es suficiente una sonrisa para hacerte olvidar que allá afuera hay un mundo lleno de obstáculos esperando para ser enfrentado. Su sonrisa era el arma que yo usaba para impulsarme, era mi motor, el que me mantenía en pie para continuar, y la tuve hasta el último momento.

—¿En serio irás a la biblioteca? —pregunta Kat con ojos incrédulos.

Resoplo frustrada por tener que responder a la misma pregunta por enésima vez.

—Sí, Kat. Tengo que ponerme al día con las materias.

Ella parpadea lentamente, convirtiendo sus labios en una fina línea.

—Pero puedes hacerlo en tu casa.

—Prefiero hacerlo aquí.

—Hace mucho que no estamos todos juntos, Avril —lloriquea, llevando sus manos a mis hombros—. Por favor, ven con nosotros. Estuviste toda la semana en el hospital. ¿Es que no quieres festejar que estás fuera?

La miro apenada, buscando en mi mente excusas lo suficientemente sólidas para negarme. No encuentro ninguna, sin embargo. Ya se ha vuelto una tradición para mis amigos planear alguna salida cada vez que salgo del hospital. Según Sean, es su forma de decirme “Fuiste fuerte, y aquí está tu recompensa”. Muchas de esas veces estaba cansada o no me sentía con ánimos, así que ellos esperaban a que me sintiera mejor para poder disfrutar todos juntos.

—-De verdad lo siento mucho. Se los compensaré, en serio —aseguro en lo que una idea me cruza la mente—. Mañana. Es sábado ¿verdad? Pueden pasarse en la tarde por casa y haré lo que ustedes quieran. Lo prometo.

Kat parece sopesar mi sugerencia mientras se cruza de brazos. Luego me mira con los ojos entrecerrados.

—Está bien. Pero es una promesa ¿vale?

Sonrío animada y la abrazo de imprevisto, separándome al instante y llevando la mano a su hombro antes de despedirme con un beso de mejilla contra mejilla.

Ni siquiera sé por qué estoy tan contenta.

Cuando Kat comienza a caminar, me doy la vuelta, jugueteando nerviosa con la tirita de la mochila que me cuelga de un hombro y cae torpemente sobre mi costado. Los pasillos han comenzado a despejarse, pero aún veo unos cuantos estudiantes con sonrisas brillando feroces en sus rostros. El efecto que tiene el viernes sobre los universitarios, supongo.

Una de las desventajas que tienen los ingresos en el hospital, además de la suministración de todos esos medicamentos, es definitivamente tener que recuperar las clases. Estudiar los contenidos sola no es algo que agradecer, mucho menos cuando pasas horas con la nariz pegada a los libros mientras tus amigos salen y se divierten. Sin embargo, esta vez es diferente.

Si cierro los ojos, casi puedo ver las letras de aquel mensaje bailando frente a mí, como si estuviesen impresas en mi mente. Recuerdo las sensaciones que me recorrieron de arriba a abajo cuando vi su nombre al final de la nota; una llama con la intensidad de un tornado maltratando mi cuerpo, y mi mente, porque jamás había sentido nada parecido.

Levanto la vista en busca de un escape de mis pensamientos, y las puertas abiertas del local vislumbran frente a mí. Me paso las palmas sudorosas por los vaqueros y respiro hondo, más nerviosa de lo que realmente imaginé. Finalmente, con el corazón latiendo desbocado, me armo de valor; doy un paso y luego otro, hasta que las estanterías repletas de libros polvorientos me reciben y el único sonido que resalta es el de algunos pajarillos a la lejanía.

Dentro no hay muchas personas, solo un par de chicos escribiendo en un cuaderno, con la mesa repleta de libros, y una chica pelinegra con la cabeza gacha, durmiendo.

Más allá de las estrellas (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora