Avril Fray.
Esa noche fui consciente de que realmente Zayn era una amenaza. Después de todo, reía tan vivamente que era casi inevitable que no me sintiera atraída hacia él. Fue la primera vez que lo vi sin sus protecciones, como si ellas hubiesen caído junto con la lluvia que le salpicaba el cuerpo. Y aunque quise acercarme, me encontré con una barrera llamada «circunstancias» que me hizo retroceder. Así que solo pude mirarle desde mi pequeña burbuja, y sonreír.
Me cuelgo la bolsa del gimnasio al hombro y salgo de casa. La brisa de finales de verano me golpea en el rostro en cuanto piso la calle, así que cierro los ojos y aspiro el aroma de la tierra y las hojas secas. El otoño está a la vuelta de la esquina, y los árboles que comienzan a dar un espectáculo de naranjas y amarillos vívidos son la prueba de eso.
Como cada tarde de los últimos dos años, me dirijo al parque ubicado a unos poquísimos bloques de la urbanización cerca de casa. Es uno pequeño, con caminos de piedrecitas trazados por robles y abetos que dan sombra a los bancos de madera que normalmente son ocupados por parejas de adolescentes.
Al cruzar la calle, comienzo a trotar mientras exploro el vecindario con los ojos. Lo he hecho cientos de veces antes, y aunque nada cambia mucho realmente, cada día hay un detalle diferente. Por ejemplo, hace unas semanas una familia compró la casa del señor Anderson, y ahora han puesto una valla alrededor del lugar, por el jardín vuelan constantemente pelotas de futbol y discos de frisbee, y cada sábado en las tardes hacen una barbacoa e invitan al resto de la familia. En la calle de enfrente también hay algo diferente, y es que la pareja que salía cada día a correr por los alrededores ya no lo hace más. Ahora es solo el chico, y ya no lleva conjuntos a juego como hacía antes, sino una aburrida ropa negra que no le favorece para nada.
Suspiro y me ato los cordones de los zapatos antes de encaminarme al rincón que siempre ocupo a la hora de realizar mis ejercicios; ese junto a la glorieta por el cual no transitan muchas personas, solo ancianos que de vez en cuando me dedican algun que otro comentario amable, o niños que no miran ni siquiera para los costados porque su único interés es jugar.
Me pongo los auriculares en cuanto dejo el bolso a un lado, y tras dar un largo sorbo a la botella de agua, me siento en el césped. Elevo los hombros inhalando aire por la nariz, luego los bajo de vuelta mientras lo suelto por la boca. Repito esto diez veces. Realizo movimientos circulares también con los hombros hacia adelante y después hacia atrás, entonces me pongo de pie, tomo una respiración profunda y al soltarla, estiro los brazos con las manos entrelazadas al frente.
Según Leyla, la actividad física es indispensable si quiero estar bien, así que no mucho tiempo después de ser diagnosticada desarrolló un programa de rehabilitación respiratoria para mí. Las primeras semanas estuve realizando los ejercicios en el hospital, y contaba tanto con su ayuda como con la del fisioterapeuta, pero tras acostumbrarme y aprender a hacerlos sola, Leyla dijo que debía continuar en casa. Así que a partir de ese momento le dedico de treinta a cuarenta minutos diarios, cinco veces por semana. Al principio resultaba un tanto tedioso, pero de alguna forma he llegado a acostumbrarme.
Supongo que me distraen y me hacen no pensar, y en mi situación, tener la mente en blanco es casi un privilegio.
Inspiro al colocar los brazos a ambos lados de mi cuerpo y luego los llevo a mis hombros, liberando el aire por completo al bajarlos nuevamente. Hago varias repeticiones, y luego un par de ejercicios más.
Cierro los ojos durante varios segundos mientras respiro por la nariz y después soplo como si estuviese intentando apagar velas de cumpleaños. El viento me acaricia las partes que la camiseta deja al descubierto, una de mis canciones favoritas se reproduce en mis auriculares, y algunos rayos de Sol se cuelan por mis pestañas.
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Más allá de las estrellas (#PGP2024)
RomanceEl sonido de las estrellas, bailes a la luz de la Luna, y una canción que será siempre suya. Avril Fray sabía que ya no era una chica normal. Su vida se había convertido en un trayecto imparable entre su casa y el hospital. En ese recordatorio const...