CAPÍTULO 18

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Avril Fray.

A veces la vida hace movimientos que no entendemos, que nos parecen absurdos, o simplemente sin ningún tipo de importancia. Eso era todo lo que yo pensaba respecto a Zayn. “Solo es un idiota” “Se irá en cualquier momento y mi vida volverá a la normalidad”. En aquel momento, no podía entender cuan equivocada estaba, y no fue más que bajo aquella poca iluminación y esa música horrenda, que supe que no era una persona que simplemente se iría, no sabía de que forma, pero supe que él estaba destinado a quedarse.

—Aún no me puedo creer que me hayas convencido de venir aquí. —Me cruzo de brazos, queriendo golpear a Will cuando suelta una risa.

—¿Puedes dejar de quejarte? ¡Será divertido! —pronostica, estacionando el auto en frente de la casa de fraternidad.

Me inclino para apagar la radio, y las letras que siguen el ritmo de esa canción que tanto le gusta a Will se apagan lentamente.

—No sé que pensaba mi padre cuando te ha dejado traerme —replico, poniendo los ojos en blanco—. En serio, ¿a quién se le ocurre?

Su expresión se tuerce en una mueca un tanto... angelical, demasiado para tratarse de Will. Mi curiosidad se dispara de inmediato, así que en cuanto salimos del auto, y el frío viento de la noche nos recibe como pequeños cristales que se nos clavan en la piel, lo miro con ojos interrogantes.

—Will... —digo, intentando sonar lo más amenazante posible—. ¿Qué has hecho? ¿Qué le dijiste a mi padre?

Sonríe mostrando los dientes. Sus largas pestañas revolotean cuando parpadea varias veces, y dando saltitos de alegría, comienza a alejarse de mí.

—¡Will! —Le llamo.

Gira la cabeza, y tremendamente juguetón, me enseña la lengua.

Será infantil.

—¡Will! —grito de nuevo— ¡¿Quieres esperarme?!

—¡No es mi culpa que seas tan lenta! —replica, pero se detiene.

Cruzo la calle jadeando para poder llegar hasta él. Cuando lo hago, está sonriendo ampliamente y extiende su mano para que la tome.

—¡Ay! —me quejo, haciendo una mueca—. Está fría.

Will ríe, y yo alzo la mirada para observar el lugar. La fraternidad es... bonita, sorprendentemente bonita, con rojizas paredes de granito y tejados blancos en forma triangular. La fachada tiene un hastial escalonado y cuatro columnas, adornadas con enredaderas de luces que parpadean en tonos violetas y azulados.

Hay muchísimas personas bailando al ritmo de la música, y me recuerda un montón a aquella fiesta en la que conocí a Zayn; botellas de whiskey y vodka tiradas por el suelo, autos estacionados que sirven de refugio para chicos jóvenes que no encuentran nada mejor que hacer que enrollarse, y... ¿es esa mi profesora de Historia de la Psicóloga?

No quiero averiguarlo.

Vuelvo a mirar a Will. Ha comenzado a caminar y me arrastra con él. Luce inesperadamente guapo envuelto en esa camiseta oscura y esos pantalones caqui, pero aún no olvido que probablemente ha mentido a mi padre para arrastrarme hasta aquí.

Resoplo, y atravesando el frente de la casa de fraternidad, caminamos sobre el césped mojado buscando la puerta de entrada. A nuestro lado, una chica asiática sostiene la frente de su amiga, que inclinada hacia adelante, parece vomitar todo lo que tiene en el estómago.

—Uh... Esto va a ser una auténtica porquería —aseguro, torciendo la nariz al pasar justo al lado de las dos chicas—. ¿Por qué no volvemos mejor? Podríamos ver una peli, o jugar al Monopoly. Es tu juego favorito.

Más allá de las estrellas (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora