CAPÍTULO 37

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Avril Fray.

Nuestras pisadas repiquetean contra el asfalto cuando corremos calle abajo. El viento nos envuelve a ambos, y mientras hacemos lo posible por retirar los mechones de cabello que se nos interponen en el rostro, las ramas de los árboles son fuertemente sacudidas hacia los costados.

—¿Crees que nos vieron? —pregunta un jadeante Zayn.

Yo niego con la cabeza mientras inspiro el nuevo aroma a regaliz y tierra mojada.

—No creo. Estaban demasiado ocupados, ¿verdad?

Sonríe ligeramente cuando ladea la cabeza, entonces nos detenemos junto a una farola y los espectros amarillos se derraman sobre su cuerpo como una cascada de un dorado fantasmal.

—Puede ser —concede finalmente; sus ojos parecen brillar más que de costumbre—. De todos modos, me alegra no haberme llevado un puñetazo de aquel imbécil. Mi cara no lo hubiese resistido, ¿sabes?

Pongo los ojos en blanco, pero luego se me escapa una carcajada.

—Tu ego tampoco —me burlo.

Él arruga la nariz en una mueca preciosa y entonces niega con la cabeza, estirando la mano y tirando de mí hasta que logro estar a unos centímetros de donde su cuerpo aún respira con dificultad.

—¿Sabes, Avril? Cuando un chico está dispuesto a recibir la mayor golpiza de su vida por ti, lo mínimo que puedes hacer es agradecer.

Le sostengo la mirada por unos cuantos segundos que se sienten eternos antes de desviarla a nuestras manos unidas. Como si fuesen parte de una escultura creada para nunca separarse, nuestros dedos se aferran con fuerza, tanto que no llego a identificar con exactitud donde terminan los míos y empiezan los de Zayn. Y con la luz de la farola bañándonos a ambos y la calidez de su mano envolviendo la mía, pienso que están hechos para permanecer justo así.

Respiro con fuerza antes de levantar la cabeza y separar los labios para hablar, permitiéndome solo un segundo para perderme en la pequeña sonrisa que se desliza lentamente por su boca.

—¿Así que esta vez sí lo hiciste por mí? —pregunto.

Los músculos de su mandíbula se tensan, y mientras me observa dubitativo, sus cejas se arrugan con notable desconcierto.

—¿De qué hablas?

—El día que nos conocimos —explico—. Cuando te pregunté la razón por la que me habías ayudado, dijiste que no había sido por mí. Que simplemente no soportabas a los bravucones como Tyler y...

—Joder, Avril —me interrumpe, cerrando los ojos con expresión de alivio y levantando el rostro—. ¿Cómo puedes recordar algo como eso?

—Yo... No lo sé, solo...

—Un día de estos vas a conseguir volverme loco, ¿sabes?

Parpadeo confundida, frunciendo el ceño.

—¿Perdona?

Se me acelera el pulso cuando atrapa su labio inferior entre los dientes y lo mordisquea como intentando contener una carcajada.

—¿En serio estás pensando en esa noche?

—¿Qué tiene de malo? —cuestiono con brusquedad—. Después de todo, fue la primera vez que nos vimos.

—No, si no digo que tenga nada de malo —se apresura a decir, acunando mi mano entre la suya con mayor intensidad—. Últimamente yo también pienso mucho en ese día. Es solo que... No lo sé. En ese entonces no tenía ni puta idea de quién eras. A estas alturas ya deberías saber que ahora todo es muy diferente.

Más allá de las estrellas (#PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora