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El rugido de los motores resonaba en el aire, vibrando a través de los cuerpos de los espectadores. Era un día soleado en Mónaco, y el circuito de Monte Carlo estaba listo para una de las carreras más emocionantes del año. Entre los pilotos, uno destacaba por su carisma, habilidad y determinación: Ayrton Senna.

Senna se encontraba en su garaje, ajustándose el casco con meticulosidad. Sentía la adrenalina correr por sus venas, pero mantenía su mente enfocada. Sabía que esta carrera no era como las demás; había algo en el aire, una sensación de destino inminente.

— Hoy no es un día cualquiera. — pensó mientras miraba a su alrededor.

El equipo trabajaba frenéticamente, ajustando los últimos detalles de su McLaren. Sabía que el vehículo estaba en perfectas condiciones, pero la verdadera batalla se libraría en la pista, no en el garaje.

El sonido del pit lane se intensificó cuando los pilotos comenzaron a alinearse en la parrilla de salida. Senna se subió a su coche, encajando perfectamente en el asiento, como si hubiera nacido para estar allí. Cerró los ojos un momento, respiró hondo y se concentró.

La luz roja del semáforo se encendió. Uno a uno, los pilotos se prepararon para el arranque. Senna podía sentir el latido de su corazón, sincronizado con el rugido del motor.

¡Verde!

El coche de Senna salió disparado, tomando la delantera con una precisión asombrosa. Las curvas de Monte Carlo no eran un desafío para él; conocía cada giro, cada bache en el asfalto. Se movía con una gracia casi sobrenatural, dejando atrás a sus competidores.

A medida que la carrera avanzaba, Senna se sumergía en un estado de flujo. Cada movimiento era perfecto, cada decisión tomada en milisegundos. No había dudas, no había miedo, solo él y la pista. Era una danza mortal, pero una en la que él lideraba con maestría.

Sin embargo, mientras se acercaba a la última vuelta, una ráfaga de viento levantó polvo en una curva. Senna sintió una ligera vibración en el volante. Su corazón dio un vuelco, pero no frenó. Sabía que un solo error podría costarle la carrera, pero también sabía que el riesgo era parte de su esencia.

La última curva se acercaba. Senna ajustó su trayectoria, concentrándose en la línea perfecta. El coche derrapó ligeramente, pero él lo corrigió con una habilidad innata. Al cruzar la línea de meta, el estallido de los aplausos y gritos lo envolvió.

Había ganado. De nuevo.

Senna salió del coche, levantando los brazos en señal de victoria. Los miembros de su equipo lo rodearon, vitoreando y felicitándolo. Para él, cada victoria era un testimonio de su dedicación, su pasión y su amor por el deporte.

Entre la multitud, sus ojos encontraron a Diana Mendes. Había algo en su mirada que lo atrapaba cada vez que la veía. Ella, con su sonrisa radiante y su apoyo incondicional, era su refugio en medio del caos de la Fórmula 1. Diana corrió hacia él, y sin decir una palabra, lo abrazó fuertemente. Senna la levantó del suelo, girándola en el aire mientras ambos reían.

— Sabía que lo lograrías. — susurró Diana, sus ojos brillando con orgullo.

— Siempre lo consigo cuando estás aquí. — respondió Ayrton, acariciando su mejilla. Se inclinó y la besó suavemente, un momento de calma en medio de la euforia.

Esa noche, bajo las luces de Monte Carlo, Ayrton Senna se sintió verdaderamente vivo. No solo por la victoria, sino porque tenía a Diana a su lado. Juntos, eran invencibles.

One Shots - Ayrton Senna © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora