Capítulo 23

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¿Bajo el mar? 


Salgo del lavabo, después de unos minutos, cuando el dolor apaciguó. No entiendo el porqué me encuentro así, es una angustia que me atraviesa, es justamente el mismo dolor que esta mañana. Lo curioso de todo esto, es que nunca antes lo había sentido. Se me asemeja a cuando me pusieron puntos en la barbilla de pequeña, al caerme por la rampa de mis yayos, aunque este es mucho más intenso, como si me estuvieran perforando el estómago. Suena asqueroso, lo sé, pero algo así parece. 

—¿Algo mejor? —pregunta Brix nada más verme aparecer. 

—Sí, eso creo. —respondo algo débil. 

Mientras estuve en el lavabo, Brix se dedicó a empezar a hacer la comida, por lo cual preparé la mesa en la barra y ajusté dos taburetes junto a ésta. Ayudé en la medida de lo posible a hacer el pequeño vermut y una vez todo listo, nos sentamos a comer. No tenía suficiente hambre como para engullir, como de costumbre suelo hacer, y tampoco quería forzar mi cuerpo. Tengo bastante miedo a volver a sentir ese tormento dentro de mí. 

Durante la comida, hablamos de diferentes planes a hacer los siguientes días y organizar la tarde de hoy. En cuanto terminemos, tocará hacer siesta para reponer energías varias y a media tarde bucearemos en medio del mar, a ver si tenemos suerte a ver algún ser marino en su hábitat. Terminamos, recogemos y nos tumbamos en la cama con el ventilador apuntandonos. Las aspas de éste crean un ligero sonido, el cual nos hace caer inmediatamente en un profundo sueño, repleto de lo único que necesitábamos, relajación. 


Horas después, me despierto a causa de un golpe, como si un vidrio se hubiese caído y hubiese estallado contra el suelo partiéndose en miles de diminutos cristales. 

—¿Amor? —pregunto desconcertada mientras me intento incorporar.

—Perdón, no quería despertarte. —responde desde la cocina.

—¿Qué ha pasado? —pregunto preocupada.

—Nada amor... —responde.

—AMOR, TIENES SANGRE. —grito corriendo hacia él.

—Amor, tranquila, no me he hecho sangre. Se me ha resbalado el vaso, simplemente. —responde mirándome tratando de tranquilizar mis nervios. 

—Ah... —respondo confundida.

Podría jurar que vi sangre caer de sus manos, pequeñas gotas caer contra el suelo, derramándose en los mismos cristales que hay al contorno de mis pies. 

—No sé, pensaba haber visto sangre... —comento aún mirando el suelo y sus manos, como si por observarle llegara a descubrir lo que creía haber visto. 

—Amor te has levantado muy deprisa, lo habrás relacionado con el golpe y los vidrios pero no, no te preocupes que no ha habido heridos. Solo el vaso. —dice y ríe, quitándole hierro al asunto. 

Ayudo a recoger los daños ocasionados y una vez que estaba todo limpio, subimos y nos dirigimos hacia la proa nuevamente. 

—¿Así que a bucear, no? —pregunto un poco, muy cagada. 

Brix ríe ante mi pregunta o, mejor dicho, ante mi cara de miedo.

—Tranquila, si quieres bucear, bucea, y cuando quieras salir, subes y ya está. No vamos con equipos profesionales tampoco, es ir haciendo a nuestra bola. —responde tranquilo mientras se coloca la máscara a su medida. 

—Eso es lo que más me asusta, que ni tú ni yo somos profesionales. —digo cogiendo la mía para ajustarla también. 

—Amor, es como si nos metieramos en la playa con gafas de piscina a ver si vemos algún pececillo. —aclara.

—Hombre a ver... —digo mientras lo miro con expresión de que no tiene nada que ver una cosa con la otra.

—Es lo mismo pero esto es mucho mejor. —insiste con tal de conseguir convencerme. 

Me coloco la máscara, él me ayuda a ajustar la medida correcta y, una vez listos, salta al agua sin miedo alguno. Yo en cambio, me siento sobre la escalerita y voy bajando peldaño a peldaño. 

—¡Está congelada! —grito al sumergir los dedos de mis pies. 

—¡Ven aquí ya! —exclama y, con tal solo agarrar mi brazo, mi cuerpo cae detrás estampando contra esa helada y cristalina cortina. 

El sonido bajo el mar, la oscuridad de no abrir los ojos por inercia, es más, de apretar éstos fuertemente, el tacto del agua envolviendo cada rincón de mi cuerpo, incluso por pequeño que sea o escondido que esté, me hace estremecer y sentir pasar fugazmente una gran corriente de arriba a abajo de éste. Parece que mi ser se hubiese congelado al caer, al hundirme en el inmenso océano, parece que mis piernas no puedan moverse, no puedan ayudarme a salir a la superficie, que mis brazos no tengan fuerza para empujar..., parece que no tenga control sobre mi cuerpo, como si éste no fuera parte de mi. Solo mi mente funciona y mi interior tiene funcionamiento. 

De un momento a otro, noto como una mano acaricia la mía y entonces, solo entonces, salgo al exterior. 

—Hombre princesa, te había perdido dos segundos. —dice Brix abrazándome por la cintura. 

—¿Dos segundos? —pregunto agarrando su cuello hacia mi. —Se me ha hecho una eternidad estar ahí abajo, no me podía ni siquiera mover. —explico confusa de lo que acababa de vivir.

—Ai amor... tú y tus exageraciones. —dice rodando los ojos divertido y se sumerge entre las pequeñas olas que nos envolvían.

—¿No... no era una exageración? —digo para mí, llena de dudas. 

¿Enserio no se ha dado cuenta de todo el rato que he estado ahí abajo sin poder moverme? ¿He estado dos segundos? 

Para mí ha sido una eternidad, de hecho sigo sin comprender qué ha pasado. Total, durante este viaje no entiendo nada de lo que está sucediendo. 

Lo curioso es que solamente me pasa a mí. Brix está normal,  o he notado nada extraño en él ni me ha comentado nada que le haya preocupado o pasado.

Suspiro agotada de sobrepensar y me sumerjo bajo el agua. Mi mente se libera nada más abrir los ojos hundida entre tantas toneladas de litros y litros de ésta. Un lugar precioso acabo de descubrir y ni me lo hubiese llegado a imaginar nunca. El agua se ve completamente limpia y transparente, tiene ese toque azulado característico de ésta misma, pero se puede apreciar todo incluso a metros de mí. Es como la tierra sumergida en agua pero con todo lo sobrante de la misma. Sin contaminación, sin violencia, sin discriminaciones, sin poder... aquí sólo encuentras tranquilidad, paz y, ante todo, naturaleza pura. Miles de peces nadando a su manera, con compañía o sin, en una dirección u otra, de un color u otro o incluso de varios colores a la vez... y cada uno de ellos hace lo que quiere, lo que sienta o lo que deba hacer. Viven, simplemente viven. Y puedo sentir que son mucho más felices que nosotros mismos. Aquí no existen envidias, ni celos, ni maldad, ni rencor, ni egoísmo, ni superioridad... no se sabe que es, no importa lo que sea. Mi madre siempre dice que deberíamos de aprender mucho más de los animales y yo siempre la he apoyado en ello, pero esta vez ya no es solo apoyo, es saber con certeza que sí. 

A lo lejos veo a Brix nadando entre varios tanques de peces de diferentes tipos. Desde mi posición lo llego a observar en un ángulo perfecto. Se encuentra nadando entre ellos, parece hasta que esté jugando con ellos. Hay tantas pequeñas criaturas que, se mueven al mismo ritmo entre grupos, alrededor de él. Me encantaría en estos instantes sacar una foto del momento y poder recordar visualmente, de por vida, el día en que vi bailar al amor de mi vida entre peces bajo el mar.


Sueños EscritosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora