Capítulo 8 | Confusión lésbica

327 25 2
                                    

Rai.

Me alejé de Alondra en un parpadeo, hice una mueca de dolor al sentir una punzada en el tobillo, recargué la espalda contra la pared y evité a toda costa la mirada del duende a mi lado.

¿En qué estaba pensando? ¿Por qué me acerqué de esa forma? Es que yo soy una estúpida, puñeta.

— ¿Están bien?— Cristian llegaba hasta nosotras con respiración agitada. — Necesitamos salir de aquí ya.

— Sí, pero hay que ayudar a Rai, se lastimo el tobillo por ese tipo.

— Oh, bueno, vamos.

Mis alertas se activaron cuando de reojo miré a Alondra acercándose a mí, tragué grueso.

— Apoyate en mi, pero está vez hay que hacerlo bien.

Me ergui soltando un suspiro y negué, no iba a tener ni un poco de contacto con ella. Si de por sí tenía la mente echándome humo, con esto me iba a explotar la cabeza.

— Estoy bien. — mencioné empezando a caminar entre cojeos. — Puedo sola.

— Voy por el carro.

¿Por qué carajos me deja sola con Alondra? Vuelve, hombre inservible.

Me tragué el dolor y a paso muy lento pudimos salir hasta la acera de la calle, Cristian llegaba con el coche y al dar el paso casi caigo otra vez, pero unas manos en mi cintura me sostuvieron.

Miré a mi costado y Alondra me sostenía, apreté los labios.

— Con cuidado. — regañó, asentí nerviosa por su presencia.

Logramos subir al carro y Cristian arrancó este, aproveche ir en la parte trasera y quité mi tenis y el calcetín para ver mi tobillo, este estaba rojo, pero creo que no era algo grave.

— Vamos al médico. — dijo el duende a Cristian.

— ¿Qué?— fruncí el ceño. — Alondra, estoy bien, tampoco es para tanto.

— Estás cojeando, pudiste fracturarte o algo, ¿eso puede pasar?

— Sí, pero no es mi caso.

— Ella dice que no es necesario, ¿tenemos que ir?— mencionó Cristian.

— No. — respondí.

— Sí. — interrumpió Alondra, chasqueé la lengua.

— Que no, diablo.

— ¿La llevo a su casa entonces?— preguntó Cristian.

— No, vamos a la choza y te callas, mamabicha.

Me amenazó a través del espejo retrovisor, rodé los ojos y me crucé de brazos. Esta mujer era más terca que una cabra.

— ¿Pudiste alcanzar al hacker?— preguntó Alondra a nuestro conductor.

— No, fue muy escurridizo. — replicó. — Ni siquiera le vi el rostro.

— Entonces para nada arriesgamos el culo.

— Yo si pude verlo. — comenté.

— ¿Qué?

Los ojos de Alondra me miraron a través del retrovisor.

— Que yo si pude verlo, sorda.

— ¿En serio?— el coche bajaba de velocidad, Cristian volteó a verme. — ¿Y cómo era?

Enchiné los ojos observándolo, se interesó más de lo que pensé, ¿o es por mi ojo de loca?

— Ahora no recuerdo bien, me duele el tobillo. — contesté frunciendo los labios.

Por enamorarme de una streamerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora