MORIR EN VIDA

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Zaynab abrió los ojos y sintió como su órgano vital se desgarraba tras volver a la realidad después del trance, sin embargo su alma estaba en otro lugar, en otra dimensión, apenas pudo darse cuenta de que estaba siendo arrastrada por un soldado, el suelo ya no era arena sino piso construido con concreto muy bien sellado, percibió un líquido rojo chorrear desde su cabeza hasta su mejilla y sus ojos estaban tan legañosos y llenos de lágrimas, pero a la vez no poseía fuerzas, no podía levantarse, su corazón estaba roto pero no Podía llorar, igual a aquellas personas que sentían un vacío terrible en su alma y que cada día era una tristeza existente y sin sentido, sin poder liberarla por más que desearan hacerlo. Voces llegaron a sus oídos, voces de hombres que hablaban un idioma distinto a ella, pero que entendía perfectamente, sus ojos estaban tan hinchados que apenas percibía lo que su vista alcanzaba a ver: Una gran cantidad de hombres templarios vestidos con su armadura blanca, en ese momento se dio cuenta que estaba rodeada de ellos, además se enteró que ya no estaba en Damasco ya que se apreciaba las construcciones y muros de un palacio real poco parecido a las construcciones de su pueblo, con cruces de metal por doquier adicionales a las cruces rojas que llevaban los templarios en su vestimenta blanca.

Reinaldo orgulloso y con un acto de presunción sujetó a la joven con fuerza de la espalda, quien yacía desvaneciente:

-Tiberias, informale a su majestad que traigo una nueva sirvienta, tal vez le sirva a tu esposa también, Guy de Lusignan, ahora que tu hijo está creciendo, lo puede cuidar muy bien, es una joven Siria. Las mujeres musulmanas son consideradas mejores sirvientas que las nuestras.

Tiberias, comandante del ejército de Jerusalén miró atónito a la joven moribunda y con el rostro lleno de sangre y golpes, presintió que ella moriría antes de encargarle cualquier deber. Éste, sin contenerse, exclamó:

-¿Cómo te atreves? ¿De dónde sacaste a ésta joven, Reinaldo?

Reinaldo no puedo responder, y todos guardaron silencio al presenciar la aparición del rey Baldwin IV en la escena, con andar lento y reposado, preso de su enfermedad que poco a poco no solamente consumía su piel, sino su alma, las llagas y las heridas que se hacían más presentes incluidos episodios de fiebre y convulsiones, los cuales hacían que los años pasaban con desesperante lentitud frente a sus ojos y revelándole lentamente el final de sus días.

Su reinado en Jerusalén había comenzado desde el año 1174 cuando la lepra apenas estaba en sus inicios y el era un adolescente de trece años, justo allí la enfermedad estaba comenzando a hacerse presente en su cuerpo, los nueve años siguientes habían sido como medio siglo para él, ya que los había experimentado con un sufrimiento insoportable, el cual ocultaba detrás de su máscara incluida su rostro destruido, devorado por la enfermedad y junto con él su belleza y su juventud.

El rey caminó muy despacio hasta donde estaba Reinaldo ya que su visión borrosa no le permitía ver con claridad el bulto que sostenía en sus manos, al aproximarse y notar a la joven moribunda y con los ojos entrecerrados, la ira se apoderó de él y fue más fuerte que las pocas fuerzas para vivir que le quedaban.

Reinaldo: Majestad, le traje una nueva sirvienta para su palacio, ella le ayudará...

El rey levantó su mano derecha y con un movimiento de cabeza señaló a Tiberias, este sabiendo el significado de esa seña, tomó a la joven por los brazos con delicadeza, Reinaldo no puso resistencia ya que la presencia del rey y la expresión de sus ojos azules lo devoraba.

Baldwin IV: Llévala a los aposentos del palacio, que sea curada y alimentada.

Tiberias asintió con una reverencia y con la joven cargada a su espalda se retiró al interior del palacio, no pasó ni un minuto de su retirada cuando Baldwin consumido por la ira tumbó al piso de una bofetada a Reinaldo.

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