SANAR

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Zaynab apenas pudo conciliar el sueño, sino fuera porque Sybilla estuvo al cuidado de ella hasta que se durmió, no hubiera podido hacerlo. Al amanecer los primeros rayos del sol entraron por su ventana y causaron que ella abra los ojos, los cuales se tornaron de un tono más claro con la iluminación, estaba cansada, cansada de llorar, no sabía si aún le faltaba llorar o ya había liberado todas sus emociones la noche anterior, sentía dolor en el pecho y en los ojos, los cuales estaban rojos y muy hinchados, sintió la necesidad de lavarse el rostro. Se le vino a la cabeza una frase que su padre le repetían cada vez que tenía oportunidad:

"Hija si me pasa algo, prométeme que no te rendirás"

Pero, ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo encontrar un motivo para volver a sonreír? Su fe nunca había sido muy arraigada, su familia le había inculcado la religión y ella solamente había continuado con el patrón, cumpliendo todo lo que su familia le decía, obedeciendo a sus padres para no causarles ningún pesar, siguiendo los mandatos del Corán, sin dejar de lado el hermoso corazón que tenía y la devoción por ayudar a las personas, para ella todos eran iguales: cristianos, judíos, musulmanes, en sus sueños se presentaba un panorama de que las tres religiones se unan y que su gente vivía en paz como hermanos en un ambiente de paz y de armonía, no había guerras, ni penurias, ni hambres, las madres no lloraban por sus hijos vencidos en batalla, por sus esposos fallecidos, por la pérdida de sus bienes y sus tierras, el hambre y la sed, producto de la falta de alimento que existía en esos tiempos de oscuridad.

Se puso de pie a las justas, sin embargo sintió que sus heridas habían sanado un tanto, abrió las ventanas que daban al balcón de la habitación y encontró allí una pequeña pileta de agua, bebió con desesperación y aprovechó para lavarse el rostro, se quitó el velo y humedeció su cabello con un puñado de agua, luego de eso, aprovechó para echarle un vistazo al panorama que el balcón le permitía tener, desde allí se podía divisar las instalaciones del palacio, la ciudad de Jerusalén, la cual no perdía la belleza a pesar de los malos tiempos, estuvo un buen rato observando la ciudad buscando algún consuelo y alivio y reflexionando sobre su futuro, y el destino que le esperaba en el palacio. Entonces, volvió a su cuarto y decidió salir de allí, quería explorar otros ambientes, se colocó el velo de nuevo y salió puertas afuera, en todo momento recordaba en su cabeza que ella era la protegida del rey y nadie podía hacerle daño allí, eso le quitaba los sentimientos de temor por unos instantes pero también le causaba angustia no conocer a nadie. En Damasco rara vez salía de su hogar, solamente se dedicaba a leer el Corán, realizar los quehaceres del hogar, ayudar a su padre y atender a su hermano menor, nunca se dedicó a salir y conocer personas o lugares a pesar de tener caballo y saber montar. Sin embargo, su padre consideraba y tenía razón que para una jovencita era peligroso salir sola de casa en los tiempos de guerra.

Bajó las escaleras que daba paso al pasillo lentamente y caminó por éste último, buscando la salida, ir caminando despistada la hizo toparse con una sirvienta:

-Señorita, subía a dejarle su desayuno...

Zaynab: Déjelo en mi cuarto, por favor- le respondió amablemente colocándole la mano en el hombro- Yo ahora vuelvo, disculpe ¿Dónde está la salida al patio?

- Siga deferente después gire a la derecha.

Zaynab: Le agradezco mucho- contestó con una sonrisa en el rostro leve, luego se dispuso a seguir su camino.

-Por favor camine con cuidado- fueron las últimas palabras de la sirvienta antes de perder de vista a la joven, la cual a paso lento y después de un pequeño laberinto de pasillos y escaleras rodeados de antorchas las cuales colgaban en la pared, halló lo que buscada. Frente a sus ojos estaba el patio de entrenamiento, en el cual habían guerreros levantados desde temprano para practicar sus habilidades para blandir la espada, habían también varios niños y jóvenes de corta edad que eran aprendices y estaban recibiendo sus lecciones de lucha de parte de caballeros templarios miembros del ejército de Jerusalén, a lo lejos pudo observar a Sybilla, quien estaba sentada en una banca de concreto viendo con admiración al pequeño Balwin V el cual estaba aprendiendo a manejar la espada a manos de Tiberias, el capitán del ejército. Zaynab observó con admiración aquel espectáculo, sin embargo no deseaba ser vista, quería explorar el palacio por su cuenta, así que subió con cuidado por una pequeña escalera, el cual la llevó a un pequeño balcón, intentó tapar su rostro con el velo ya que había visto a Sybilla que hacía esto cada vez que salía al exterior montada a caballo, pudo darse cuenta que no habían mujeres aprendiendo a luchar, siempre su deseo había sido ser fuerte y aprender a blandir la espada, pero tampoco en su ciudad se podía ver a alguna mujer luchando, siempre eran hombres, lo cual le parecía algo injusto ya que había leído las historias de los vikingos, en los cuales sus mujeres luchaban junto a ellos y los acompañaban en todos los combates y si era de morir, morían juntos.

Alas BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora