ABJURACIÓN

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Al este de las estribaciones del Antilíbano ,  en donde el desierto Sirio llega a su fin y notablemente cerca del río Barada, Guy de Lusignan se preparaba para otro ataque a un grupo de personas cuyas invasiones se hallaban cerca del agua de los oasis, el único lugar donde se podía extraer agua del desierto y de donde podían abastecerse cuando atacaba la sed y hacer uso de aquel recurso para el lavado y la cocción de sus alimentos. El afán de Guy de provocar y encender la furia de Saladino eran insaciables, ya que por su posición social en la corte de Jerusalén al ser esposo de Sybilla y porque no se encontraban aún pruebas suficientes que lo incriminen y tenía a un grupo de aduladores a su servicio los cuales tenían los mismos pensamientos de él y estaban cegados por las promesas apetecibles que Guy les había garantizado cuando llegue el momento de coronarse rey de Jerusalén, ya que la corona era su único objetivo, también ser el causante de la guerra y matar a los "infieles" , inculcando el cristianismo por medio de la violencia, el cual era todo lo contrario a lo que Baldwin pretendía, disfrutando del horror y el clamor que se reflejaba en las expresiones de las personas que debían de presenciar el asesinato de sus familiares y su gente, de la quema y destrucción de sus hogares producto de esfuerzos y sacrificios, de tener que verse obligados a huir para salvar su vida dejando todo atrás.

-No entiendo la razón del porqué el leproso actúa contrariamente a las leyes establecidas por el papa y la Iglesia, que son la autoridad máxima, nunca en mi vida había conocido a un rey tan demente- decía Guido mientras formaba a su pequeño ejército de cien hombres el cual lo perseguía para ejecutar sus órdenes de saqueo y asesinato- Debí de haberlo asesinado cuando era niño, cuánto apuesto que mi querida esposa hubiera callado aquello.

-¿Qué hay con la muchacha que decidió enfrentarlo, señor?- preguntó uno de los templarios titubeando.

Guido: La mandaré a asesinar tan pronto como pueda, ya fallé una vez pero la próxima no se salvará- contestó él en medio de risas burlonas- ¿Ya supieron que el leproso la quiere convertir en su reina? ¡Jah! Ahora si que la maldita lepra se ha incrustado en el cerebro, ¿Casarse con una marginada e infiel? ¡Del ejército de nuestros enemigos! Eso jamás sucederá porque yo lo declaro así, nadie me quitará lo que me pertenece, además ¿Quién podría amar a un leproso? ¡Ni siquiera tendrían herederos!  Para mi que la muy mustia solo se ha aprovechado de la situación solamente para convertirse en reina y así tomar Jerusalén para sí, es por eso que debo matarla antes que la lepra acabe con ella, porque no dudo que ya esté contagiada, ¿Cómo es posible que no sienta asco de tan solo verlo? ¡Yo ya hubiera emprendido mi huida si fuera ella!- y dibujándose en sus labios una sonrisa malvada agregó- El peor error de esa marginada es haberme desafiado- desenvainó la espada- ¡Vamos por la gentuza de su pueblo y acabemos con ella!- y entonces todos se prepararon para ejecutar el feroz ataque...

EN JERUSALÉN

Aquella sensación que le había provocado haberse visto obligada a asesinar a alguien en defensa propia no dejaba de perseguir los pensamientos de Zaynab, quien se alistaba para la realización de su bautizo el cual le había sido anunciado por Sybilla, acerca de que el sacerdote que lo ejecutaría estaba presente, era una mezcla de emociones que estrujaban su corazón, por un lado se estremecía cada vez que lo recordaba pero por el otro se sentía valiente y con menos temor y de que se estaba volviendo muy capaz para blandir una espada, observó sus manos con detenimiento dándose cuenta que pequeños escollos estaban creciendo en la yema de sus manos, eran a causa de que no usaba guantes para tomar la espada ya que le incomodaba a pesar de las recomendaciones de Tiberias de que podía llegar a lastimarse y que sus manos se llenen de heridas, cicatrices y escollos perdiendo la delicadeza de éstas que las caracterizaba. Se miró en el espejo y comenzó a quitarse el velo que le cubría su cabello lentamente, ya había olvidado de lo mucho que había crecido su cabello el cual tenía algunas hebras mas claras que otras, dobló el velo en dos mitades y lo depositó sobre la cama, se cepilló su cabello y se colocó un vestido precioso que Sybilla le había obsequiado, aquel vestido era hermoso pero a la vez sencillo, era de una tela aterciopelada color marrón el cual llevaba un forro blanco por debajo que le cubría el pecho, agarró un velo blanco parecido al que solía llevar Sybilla cuando salía a cabalgar a las afueras de la ciudad y se lo colocó en la cabeza sujetándolo con ganchos negros sin envolverlo en su cuello, más bien lo dejó caer hacia atrás por su espalda, también le habían sido prestadas joyas, sin embargo no quiso llevar puesta ninguna ya que no sentía gusto ni interés en llevar lujos, incluso sabiendo que estaba por convertirse en reina, había elegido no colocarse oro ni plata.

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