ADMONICIÓN

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Un médico del palacio de Jerusalén conocido por ser una persona cuya virtud de la discreción era inminente, ingresó a los aposentos reales a la mañana siguiente antes  que el alba emergiera con una puesta de sol situado al centro de los cielos celestes gobernantes de la ciudad de Jerusalén, la acongojada  mente de Baldwin invadía su tranquilidad por causa de su esposa ya que las probabilidades de que la joven haya contraído lepra eran altas.

-No me dejaré tocar de nadie más que no seas tú- protestó Zaynab cruzándose de brazos al aproximarse el médico hacia ella para examinarla, Baldwin con un gesto de ternura se acercó a ella y tomándola delicadamente por el mentón alzó levemente su rostro obligándola a mirarlo a los ojos.

-Por favor, mi reina, te ruego que lo hagas con la finalidad de obtener el sosiego mío- la mirada penetrante de él bajo esa macara se sumergió el la suya, lo cual apaciguó su terquedad y accedió a la petición de su esposo.

-Yo permaneceré en la habitación, así que te suplico que permanezcas tranquila.

- Lo que usted ordene mi rey- terció Zaynab con una sonrisa pícara, Baldwin se sentó en un sillón junto a su mesa de ajedrez, observando aquellas piezas y recordando la primera vez que él y Zaynab jugaron aquel juego, una sonrisa se dibujó en su rostro, sin embargo y a la vez también permanecía al pendiente de su esposa que se encontraba siendo examinada por el médico el cual le estaba realizando el descarte de lepra.

-Ojalá yo fuera eterno, amada mía- pensó él para sí mismo, Zaynab estaba resignada, encaprichada y aferrada a la idea de que cuando llegue el momento de despedirse de su amado toda su vida perdería sentido, así que llegó a tener aquel pensamiento extremista en que no le importaría estar contagiada, sin embargo la angustia de la situación debido a la guerra contra los musulmanes la detenía, sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos negativos, mientras observó cómo el médico agarrando una espina extraída de un árbol previamente desinfectada dio un piquete en su mano derecha.

-¡Ay!- exclamó ella, había sentido dolor.

-Usted no está contagiada, majestad- declaró el médico- Gracias a Dios.

Baldwin al oír la declaración del médico se aproximó hasta su esposa tomando su mano con cierta rigidez.

-Por ahora la lepra queda descartada, majestad- repitió el  joven médico dirigiéndose a Baldwin- Sin embargo es recomendable  volver a repetir el descarte en algunos pocos días, Sé que sonará imposible pero le sugeriría no tener contacto alguno, la lepra no se contagia con el aire, pero sí con contacto directo.

- Te lo agradezco, te puedes retirar- contestó el rey, el medico se retiró de los aposentos después de hacer la reverencia correspondiente, después cuando estaban a solas se  sentó al lado de su esposa en la cama y rodeó sus hombros con su brazo izquierdo, ella como si fuera una niña se acurrucó en su pecho de él, y éste con una sonrisa solamente le correspondió estrechándola contra sí y acariciando su cabello.

-¿Estás tranquilo ahora?- murmuró ella.

-Ahora sí, mi reina, sin embargo me parece realmente un milagro, perdóname por incomodarte, espero entiendas que solamente me preocupo por tu bienestar

- Lo sé amado mío, pero recuerda que tengo la protección de Dios- ella levantó la cabeza mirándolo a los ojos.

-Mi reina- Baldwin agachó la cabeza- Debo de contarte algo, no quise arruinar nuestra noche de bodas anoche es por eso que no toqué el tema...

-¿Qué sucede ?- los ojos de ella se abrieron demasiado.

-Anoche recibí una carta enviada directamente por Saladino, su hermana fue asesinada por Guido de Lusignan  y una caravana de árabes sarracena fue atacada previamente por éste mismo antes de que muriera, el sultán me comunicó por ésta carta que ejecutará un ataque contra la ciudad, más no mencionó el día y ésta vez me aseguró que no tendría piedad alguna por nosotros ya que habíamos hecho un acuerdo de que si la situación se repetía él desataba la guerra contra Jerusalén.

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