Capítulo 36

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Lisa preparó una mochila y dejó una nota para su hermano y su abuela en la encimera de la cocina. Luego Jennie la llevó a casa.

Apenas había cerrado la puerta y ya se estaban arrancando la ropa. Tampoco llegaron al dormitorio. En vez de eso, Jennie las arrastró hasta el sofá y la ropa interior cayó al suelo. No quería lenguas ni dedos. Necesitaba sentir la piel de Lisa contra la suya, los labios de Lisa, respirar el aire y las palabras de la otra.

Así que la tumbó y se sentó a horcajadas sobre ella para alinear cada parte de sus cuerpos.

—Joder —jadeó la mujer cuando sus vulvas se encontraron.

Hundió la mano en el pelo de Jennie y tiró de los mechones ya desordenados hasta hacerla gritar a ella también. La mezcla del suave escozor con el placer no se parecía a nada que Jennie hubiera sentido antes. Bombeó las caderas contra las de Lisa, desesperada por el contacto, por la sensación, y frotó sus clítoris hasta que ambas se corrieron entre exabruptos, clavándose las uñas y besando gargantas y hombros.

Se desplomó sobre el pecho de Lisa, con la respiración agitada y las extremidades lánguidas bajo el delicioso peso del orgasmo.

—Joder —jadeó Lisa, con la respiración entrecortada.

—Sí —dijo Jennie.

Lisa le levantó la barbilla para mirarla a los ojos, durante tanto rato que Jennie empezó a estremecerse.

—¿Estás bien? —preguntó. Lisa asintió y sonrió.

—Yo también te quiero. No te lo he dicho en el hotel.

—No tienes por qué...

—Es la verdad.

Jennie dejó que las palabras le abrazaran el corazón. Dejó que fueran verdad. Dejó que se sintieran de verdad. Entonces besó a la mujer que amaba. La mujer que la amaba. La besó en aquel sofá, luego en el dormitorio, en la ducha, en el porche trasero. La besó hasta que el sol asomó por las cortinas y por fin se durmieron.

 La besó hasta que el sol asomó por las cortinas y por fin se durmieron

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—Tengo algo para ti —dijo Lisa a última hora de la mañana siguiente. Estaban en la mesa de la cocina mientras llovía a cántaros por la ventana, esperando a que una hornada fresca de magdalenas de manzana de sidra recién hechas se enfriara, ya que se habían pasado la hora del desayuno durmiendo.

Jennie la miró por encima de la taza de café.

—¿El qué?

Lisa arrugó la nariz, como hacía cuando se sentía tímida. Era tan bonita que Jennie estuvo a punto de barrer todo de la mesa y volver a acostarse con ella allí mismo.

—Es... verás... Lo pedí antes de...

Jennie asintió. Sabía lo que significaba antes. Habían pasado la mitad de la noche, entre sexo y más sexo, aclarando lo que había sucedido con el hotel y lo que ambas sentían al respecto. Jennie compartió con Lisa todo lo que había hecho desde entonces: dejar el trabajo y básicamente romper con su madre, al menos por el momento. Le habló de sus listas y de que quería ganarse la vida como repostera.

She Never Fails | Jenlisa Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora