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Cuando aterricé en el aeropuerto y miré a mi padre recibirme allí recordé todas aquellas palabras de mi madre sin entender lo que eso significaba.

Tu padre te consumirá en su juego.

Tenía solo 5 años y mi primera impresión fue ver como me recibió con su uniforme atlético, para ese entonces aún estaba aspirando a ser entrenador principal de la selección Nacional así que tenía el tiempo necesario para hacerse cargo de su pequeña hija.

Eventualemnte disfrutaba cuando me llevaba a los entrenamientos del equipo que en ése tiempo dirigía. Las expresiones en su rostro, las tácticas de juego y el poder que transmitía me llevaba a cada día admirar el arte del Voleibol, así mismo la sonrisa en mi padre y la cotidianidad en mi forma de vivir con él me hacía sentir plena, el amor que ofrecía era lo suficientemente fuerte para no sentir la ausencia de mi madre.

Cuando cumplí 10 años y después de lograr su primer objetivo en la Selección Nacional decidió que era la edad perfecta para llevar mis sentimientos por el Voleibol a otro nivel, así que en poco tiempo me dedicó su tiempo, durante día y noche, los fines de semana, horas de juego y poco descanso. Me dijo que el dolor era pasajero, el ardor en mis palmas y el flaquear de mis piernas solo eran un augurio de mi mejora, me dijo que los huesos rotos se recuperarían y las lágrimas eran señal de debilidad.

—La colina tiene solo 2 kilómetros aproximadamente, vamos, necesitas mejorar esas piernas —animó demandante

—pero papá —sentía las piernas flojas y mi respiración se había vuelto dificultosa

—No discutas Elina —refutó —quiero que me sigas el paso, créeme que me lo agradecerás —y con eso empezó a correr.

Aveces extrañaba a mi madre.

Pero ella me había abandonado, lo que tenía ahora era a mi padre, uno que me enseñaba a ser más fuerte, que me mostraba como ignorar el dolor y continuar adelante. Solo lo tenía a él, así que hice lo posible para mantenerlo feliz y que no me abandonara en el proceso, quería complacerlo así que entrené tanto con él como con equipos femeninos y masculinos que me ayudaban a la perspectiva del juego donde llegué a mezclar ambos ámbitos para crear un sistema que fuera seguro.

Entonces, sin darme cuenta habían pasado 3 años y la ambición de mi padre me orilló a convertirme en lo que el deseaba.

—Tienes que mejorar ése saque, lo hemos practicado semanas, vuelve otra vez —Asentí ante sus palabras con cansancio tratando de tomar el botellón del suelo por un poco de agua —No hasta que lo hagas bien —me arrebató el recipiente —vamos mi niña, tu sabes por que hago ésto ¿cierto? —tomó mi mentón ante mi gesto

—Para que sea la mejor y mejorar mi futuro —respondí cesando de cansancio

—Sabía que tenía una hija inteligente —sonrió —vamos, si logras hacerlo te daré un descanso —animó una última vez y me mandó de nuevo a la cancha.

Tan pronto entré a la primaria me inscribí al equipo femenino de Voleibol y me preparé para demostrarle a mi padre que los años dedicados a mi entrenamiento habían valido la pena, que se sintiera orgulloso, quería demostrarle lo mucho que amaba el tiempo que me dedicaba y que no sentía ningún rencor hacía él, que entendía sus palabras y acciones duras, por qué eso me llevó a convertirme lo que soy ahora.

En la primaria, aunque manejaba bien distintas posiciones el entrenador me favoreció a convertirme en Punta receptor, conseguí mi ritmo de juego y durante mi tiempo de estudio fui una jugadoras destacada.

Era feliz, me sentía plena al ver a mi padre elogiandome y recompensando el trabajo de su vida, eso me hacía olvidar todos aquellos tratos duros cuando no lograba los resultados que deseaba, me olvidaba de los gritos y castigos convirtiéndolos poco a poco en cosas necesarias que yo misma me imponía.

"LA APUESTA" (Haikyuu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora