7

406 73 9
                                    

—Lo siento —dijo Rhaenys levantándose.
—Ya, yo también —no pudo evitar decir Sereyra. La luz del día había llegado y con ella la realidad que aún atormentaba a las dos mujeres. —No tendríais que haber venido —dijo Sereyra levantándose. Haciendo una inevitable mueca de dolor al hacerlo.
—¿Os encontráis bien? —preguntó Rhaenys ayudándola.
—Lo estoy, lo estoy. Soltadme —dijo Sereyra andando con su mano en el abdomen.
—Sereyra.
—Agradezco que me hayáis salvado la vida. De verdad. Pero lo de anoche fue un error.
—Sereyra. Ambas deseábamos estar junto a la otra, no creo que haya sido un error.
—Lo ha sido. No vais a volver a hacerme daño, Rhaenys. No lo permitiré.
—Mi intención jamás fue haceros daño, Sereyra. Pero no tenía elección.
—Claro que sí. Y escogiste someterte.
—¿Qué habrías hecho tú? Jaehaerys era implacable con nosotros.
—A mí jamás me sometió.
—Porque eras su favorita. Si hubierais sido la primogénita os habría nombrado heredera sin dudarlo aún pasando por encima de mí.
—Lamenté que os arrebataran el trono. Fue una injusticia y aunque amo a mi hermano sé que no debió ser así. Pero eso no cambia que me abandonasteis y escogisteis el camino fácil.
—¿El camino fácil? No sabéis lo que he pasado. Además. No pude haberos hecho tanto daño si solo unas horas después tenías a otra mujer en la fortaleza.

Sereyra entonces recordó el día en que Rhaenys le anunció su compromiso con Corlys y como ese mismo día había conocido a esa chica que con el osar de los años se convirtió en su más leal consejera en La Capital.

—¿Mysaria? —preguntó con incredulidad. —La encontré herida cuando iba a buscar a Tiamat y la llevé con los maestres.
—La misma —dijo Rhaenys. Para entonces no la conocía, pero al pasar de los años todos habían oído hablar del gusano blanco. —No esperé que fuerais a superarme con una prostituta de la calle de la seda y tuvisteis la osadía de meterla en la fortaleza.
—Lo que haya hecho tras vuestro abandono no os incumbe en absoluto. Y aunque no me acosté con ella en el momento podría haberlo hecho pues no tenía compromiso y no debo pediros disculpas por como deseé olvidar el dolor que vos causasteis.

Antes de que alguna pudiera decir algo más, ambas escucharon un rugido que a Sereyra le resultó profundamente familiar.

A penas unos sería dos más tarde Daemon entró azotando las puertas.

—¡Hermana! —exclamó al verla. —Oh por los siete —dijo abrazándola. —Hubo una lucha y no me avisaste.
—¿Cómo lo sabes?
—Volaba con Caraxes y vi restos de barcos. ¿Estás herida? ¿Es grave?
—Está bien, estoy bien, la princesa Rhaenys me salvó. Me ayudó en batalla y me recogió en la orilla.
—Gracias —dijo Daemon con sinceridad.
—Un placer —dijo ella con la característica seriedad que abarcaba cuando charlaba con Daemon.
—Debo darme un baño y... —trató de decir Sereyra.
—Sí... Debo volar a Pentos... Pero quería asegurarme de que estabas bien.
—Siempre lo estoy.
—Es cierto... Siempre lo estás —le dijo Daemon con una sonrisa. —¿Necesitas algos?
—No, descuida. Vuela con cuidado.

Daemon se marchó y Rhaenys y Sereyra volvieron a quedar a solas.
—No ha hecho preguntas —dijo Rhaenys.
—Nunca las hace —dijo Sereyra. —Deberíais marcharos.
—Sereyra... No tenemos que ser enemigas.
—No soy vuestra enemiga. Pero jamás podré ser vuestra amiga. Ayudé a Laena porque no quería que pasara por lo mismo que vos y porque quiero a vuestros hijos. Pero vos y yo jamás podremos ser amigas.
—Ojalá algún día seáis capaz de perdonarme.
—Lo hice hace años —dijo Seryera. —Si es lo que os perturba, estáis perdonada. —dijo Sereyra saliendo de los aposentos y andando hasta el salón siento seguida por Rhaenys.

—Alteza, ha llegado un cuervo —dijo Ser Eneor.
—¿De quién se trata?
—Es de Lady Mysaria. Alteza.

Sereyra tomó la carta, la abrió y la leyó con detenimiento.
—Contestadle —pidió Seryera. —Decidte que nos encontraremos al anochecer en La Capital.

Rhaenys chasqueó la lengua y soltó un suspiro amargo que se llevó la atención de ser Eneor. Este asintió y se marchó no sin antes mirar a la heredera y a la princesa.

—No debéis viajar —dijo Rhaenys. —Vuestra herida aún está fresca. Necesitáis reposo.
—La herida más grande que tuve me la causasteis vos. Y no os vi tan preocupada —dijo Sereyra con una falsa sonrisa.
—Decís que me habéis perdonado. Pero no estáis libre de rencor.
—¿Podéis culparme? Yo os quería. Habría renunciado a todo por vos. Habría comenzado una guerra por vos.
—Eso decís ahora.
—También os lo dije entonces. Marchaos. Yo tengo que cambiarme —dijo abandonando la sala.
—Seryera —dijo Rhaenys intentando que se detuviera. Pero está la ignoró.

La princesa no tuvo más opción que abandonar Rocadragón.

Sereyra terminó de arreglarse, percatándose de que Rhaenys se había ido. Cuando más maestres la revisaron, tomó su espada, bajó a la costa y subió a Tiamat aún con algo de dolor en su herida.

El camino no fue demasiado tortuoso salvo por las molestias en la herida de Sereyra. Pero esta rápidamente llegó a La Capital y fue recogida en la costa por un carruaje que la llevaría a la fortaleza roja.

Al llegar a esta se dirigió a la que durante muchos años fue su habitación, y aún lo era cada vez que visitaba la fortaleza.

Salió de esta y se encontró con el Lord Comandante en el que más confiaba.

—Lord Westerling —dijo Sereyra.
—Alteza, no se me avisó de vuestra llegada.
—No os preocupéis. Necesito un favor. ¿Me acompañaríais a casa de Lady Mysaria?
—Estoy a vuestro servicio alteza. Partiremos cuando queráis.
—Gracias. Me pondré algo que llame menos la atención y nos marcharemos, os pido discreción.
—Dadlo por hecho.
—Gracias —dijo volviendo a entrar a sus aposentos. Allí tomó unos pantalones y una ancha camisa que fácilmente la harían pasar por un hombre. Se recogió el pelo y se colocó una capa que la cubría prácticamente por completo.

Posteriormente, salió del lugar junto a Harrold Westerling y ambos abandonaron la fortaleza.

EL DRAGÓN DEL MAR (Rhaenys Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora