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Tras el funeral, Sereyra voló a Rocadragón junto a Rhaenys.

—No me imagino cómo debe de estar Rhaenyra —dijo entrando a la fortaleza de Rocadragón.
—Devastada —dijo Rhaenys. —Y Alicent igual.
—Le ofrecí a Nyra que mandara a los niños a pasar unos días aquí. Así podría pasar tiempo a solas y además hablar con Alicent.
—Supongo que si deciden venir lo sabremos.
—¿Cómo están Laena y Daemon?
—Viajan por Essos. Hacer vuestro el continente fue una buena decisión.
—Nuestro, querida —dijo Sereyra tomando la cintura de Rhaenys. —Todo lo mío es tuyo. Además hiciste tanto como nosotros.
—Cuando yo llegué el trabajo estaba prácticamente hecho.
—No digas eso, no es cierto...
—¿Qué te ha contado Mysaria en La Capital? No hemos tenido tiempo de hablar.
—Varios hombres del consejo confabulan en mi contra. Quieren quitarme del medio...
—¿Lo sabe Viserys?
—He intentado hablar con él pero se niega a escuchar. Dice que le queda poco de vida, que soy la sucesora y así será. Confía en esa rata de Otto Hightower. Todos los miembros del consejo esperan que muera para cebarse con sus restos y yo no puedo evitar pensar que... No quiero perder a mi hermano.
—Sé que es duro —dijo Rhaenys colocando sus manos en los hombros de Sereyra. —Pero no estas sola. Me tienes a mí.
—No podría estar más agradecida, no sé qué sería de mí sin ti —sonrió Sereyra.
—Yo tampoco —dijo Rhaenys acariciando su rostro.
—Deberíamos organizar una cena con Viserys... Solo quedan unos días para la próxima luna. Creo que le hará feliz ver a su familia reunida.
—Escribiré a Laena y a Laenor.
—Yo a Nyra. Sé que Viserys se sentirá feliz.
—Estoy segura de ello.

La luna llena llegó más rápido de lo esperado y todos se reunieron en el gran comedor de la fortaleza roja. Acompañando al rey Viserys en sus últimos alientos. Este prácticamente no caminaba y los criados debían llevarlo de allá para acá. A Sereyra se le rompía el corazón cada vez que veía la manera en que los últimos años habían pasado por su hermano.

Toda la familia acudió. Rhaenys y Sereyra, Daemon, Laena y sus dos hijas. Rhaenyra, Alicent y Jace, Helaena y Luke, y Laenor.

La noche fue espectacular para el rey. Los más jóvenes bailaron, todos rieron, bromearon. Y se comportaron como la familia que Viserys quiso durante toda su vida.

Tras la cena y la sobre mesa, el rey comenzó a encontrarse mal, haciendo así que los criados lo retiraran a sus aposentos.

Sereyra no pudo evitar mirar a Daemon con preocupación. Juntos. Se levantaron de la mesa y acompañaron a su hermano.

—Pasaremos la noche aquí si así lo quieres —dijo Sereyra.
—Tenéis cosas que hacer. Y sé que no apreciáis La Capital, marchaos a casa.
—Viserys... —dijo Daemon.

Entonces el rey extendió sus manos, tomando las de sus hermanos.

—Os quiero. Y os he querido siempre.
—Viserys... —dijo Sereyra mientras una lágrima rodaba por su mejilla.
—Quiero que lo sepáis. Y Sereyra. Serás una gran reina.
—Me lo dirás cuando me corones —dijo ella intentando sonreír.
—A penas puedo ponerme en pie... —dijo Viserys.
—Debes descansar —dijo Daemon percatándose en la penumbra de como las mejillas de Sereyra estaban empapadas. Él mismo había dejado también caer una lágrima. —Nosotros también te queremos, Viserys. —sentenció.
—Así es... —dijo Sereyra. —Muchísimo.

El rey sonrió, apretó levemente las manos de sus hermanos y tras un rato quedó dormido.

Daemon pasó su brazo por los hombros de Sereyra y juntos abandonaron la habitación.

—Se va, Daemon... Y no podemos hacer nada —dijo la heredera cuando salían de los aposentos de Viserys. Este se giró hasta su hermana y la abrazó con fuerza, permitiendo que esta llorara en su pecho.

Sereyra trató de contenerse, pero le fue imposible hacerlo. Tras unos minutos, recuperaron la compostura. Se secaron las lágrimas que ambos habían derramado y volvieron al comedor.

Rhaenyra miraba con preocupación a estos cuando entraron.

—Se ha dormido —dijo Daemon. Los más jóvenes, un tanto ajenos a la gravedad de la situación, bailaban y compartían anécdotas que los hacían reír. Mientras tanto, en la mesa se había instaurado un silencio sepulcral.

—¿Te sientes bien? —preguntó Rhaenys a Sereyra.
—Quiero ir a dormir ¿puedes acompañarme?
—Claro —dijo esta levantándose.

Se despidieron del resto y se dirigieron a los aposentos. Nada más entrar, Sereyra se llevó las manos a la cara.

—Viserys está mal... Muy mal. No sé cuánto aguantará.
—Deben coronarte. Si quieren quitarte del medio es mejor que seas coronada antes de que muera. Lo haremos mañana.
—Rhaenys...
—Sé asumir su partida será duro. Pero quiero que corras el menor peligro posible. —dijo la princesa sentándose junto a Sereyra remitiendo que esta apoyará la cabeza en su hombro.
—Creo que tienes razón. Hablaré con Viserys por la mañana.
—Deberías dormir, sé que estás agotada, déjame ayudarte —dijo Rhaenys desatando el vestido de la heredera.
—Tienes razón —dijo Sereyra. —Pero antes ¿me acompañas a darme un baño?

Rhaenys asintió y la heredera se desnudó junto a Rhaenys para posteriormente entrar juntas a la bañera humeante que las doncellas habían dejado preparada.

—No hagas locuras —pidió Rhaenys.
—No las hago... —sonrió Seryera frente a ella.
—Te veo capaz de ajusticiar a los traidores por tu propia mano, empezando por ese idiota de Otto.
—Me gustaría, pero no lo haré. Mañana podré hacerlo prisionero por traición y nombrar a otra mano.
—¿Has pensado en alguien?
—Aún me estoy debatiendo...
—¿Entre Daemon o Mysaria?
—Me conoces demasiado bien —dijo Seryera. —Te escogería sin pensarlo pero no quiero rebajarte. Eres mi reina. Debes estar junto a mí en el trono y no un par de pasos detrás en la sombra.
—El trono es tuyo. Así debe ser.
—Nuestro. Lo mío es tuyo ¿recuerdas? Gracias por permanecer a mi lado.
—Gracias a ti por permitirme estarlo.

Sereyra se giró y se apoyó sobre el pecho de Rhaenys mientras esta acarició su cabeza.

—Te quiero, Rhaenys.
—Y yo, Sereyra. También te quiero.

EL DRAGÓN DEL MAR (Rhaenys Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora