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—Tenía miedo, Sereyra —continuó Rhaneys. —Era joven e inexperta y Jaehaerys sabía cómo conseguir lo que quería. Lo conocías bien. Sabes que era implacable.
—¿Con qué fin me cuentas esto ahora? —preguntó Seryera mientras una lágrima rodaba por su mejilla.
—No puedo ocultarlo más, Sereyra, me está consumiendo.
—¡Rhaenys! Llevo años pensando que me abandonaste sin más y ahora me dices que Jaehaerys te amenazó. Tienes dos hijos.
—Y los amo con todo mi corazón. Pero ¿Crees que fue mi elección tenerlos? ¿Crees que me he encamado con Corlys de buen grado?

Sereyra, incapaz de aguantar más, apoyó sus dos brazos estirados en la fría piedra del banco y dejó que su cabeza mirara al suelo mientras algunas lágrimas brotaban de sus ojos. Tras unos segundos trató de recomponerse. Se puso derecha, tomó algo de aire y se limpió las empapadas mejillas.

—No sé qué hacer. No sé qué pensar, yo...
—No pretendo que en tengas lástima. Pero necesitaba que supieras la verdad.
—¿Por qué no me lo contaste? Yo te habría ayudado —dijo Sereyra tomando las manos de Rhaenys.
—¿Qué habrías podido hacer contra los deseos de Jaehaerys?
—No lo sé, ya no lo sé. Todo lo que he creído durante años se ha esfumado. He pasado toda mi vida ayudando a las mujeres del reino... A aquellas obligadas a casarse, maltratadas, acodadas... A cualquiera que necesitara una mano. Y no puede ayudar a la que más he querido —dijo mientras las lágrimas volvían a brotar de sus ojos. —Lo siento —dijo Sereyra. —Siento no haberte ayudado a ti.
—No podías saberlo. No tienes que sentir nada.
—Alyssane y yo podríamos haberte ayudado. Siempre fuiste su favorita.
—Seguía siendo una mujer tradicional... Me recomendó olvidar lo que hubo entre nosotras y obedecer a Jaehaerys y disfrutar de mi nueva familia.
—¿Le pediste ayuda? —preguntó Sereyra con incredulidad.
—Agoté todo cuanto tenía para permanecer a tu lado —reconoció Rhaenys. Haciendo que Sereyra sintiera una profunda en el corazón.

El cuerpo de la heredera se movió por sí solo antes de que llegara si quiera a pensar en ello. En un acto rápido cruzó el jardín y envolvió sus brazos al rededor de Rhaenys.

Durante un segundo, Rhaenys de congeló. Sereyra pudo sentirlo y durante ese momento interminable pensó en alejarse. Pero antes de que pudiera hacerlo, Rhaenys envolvió sus brazos al rededor de la cintura de Sereyra.

Ambas se encontraron en silencio, sin que nada sonara más que la música lejana que tocaban en el salón de baile.

Sereyra apretó sus dedos en la espalda de Rhaenys y encontró refugio en la curia de su cuello. El tacto de la heredera como hacía tanto años que no lo sentía hizo que la princesa se estremeciera. Rhaenys encogió su cabeza en ella, y Sereyra. Como un instinto primitivo. Estiró su cuello en un suspiro para dar vía a libre a Rhaenys. Para que la mordiera y la reclamara como suya.

La princesa rozó a penas sus labios en el cuello de Sereyra con un beso fugaz y esta extendió el cuello aún más, pidiendo sus labios en este, anhelando su tacto, pero recibiendo solo la caricia de la nariz de Rhaenys y no la atención que anhelaba.

Rhaenys se inclinó un poco hacia atrás. Haciendo que Sereyra hiciera lo mismo, ambas sin soltar a la otra, pero ahora mirándose silenciosamente a los ojos.

Entonces, Sereyra hizo lo que había anhelado hacer desde hacía demasiados años. Besarla.

El mundo pareció detenerse a su alrededor. Sus respiraciones se mezclaron mientras ambas exploraban el conocido terreno de la boca de la otra.

A penas se separaron por el aire, consumidas la una por la otra.

El crujir de la gruesa puerta de madera y el golpe que indicó que esta se abría, hizo que ambas se separaran con premura.

—Sereyra —dijo Daemon. Siendo él, el que las había interrumpido.
—Dime —dijo esta intentando controlar su respiración.
—Viserys te requiere para el brindis.
—Ya voy —dijo Sereyra tratando de ejercer control sobre su propia respiración.

Esta miró a Rhaenys por última vez y se adentró en la fortaleza, siguiendo a su hermano hasta el salón de baile.

Al llegar, Viserys alzó la copa por su hermana y heredera deseándole prosperidad el resto de sus días.

Durante la velada, la heredera no pudo evitar mirar a Rhaenys al otro lado de la mesa.

En cuanto Sereyra tuvo oportunidad. Se escabulló y marchó a sus aposentos. Se recogió el pelo para no mojarlo y se metió en la bañera humeante mientras por su mente solo se repetía la misma escena una y otra vez.

Se culpaba por haber culpado a Rhaenys sin ser consciente de que la princesa había intentado negarse a su compromiso. Se culpaba por no haber indagado más, por no haber buscado más respuestas y por haber creído la versión que le dio Jaehaerys. Creía que sin tan solo Rhaenys le hubiera dicho la verdad, si tan solo la hubiera dejado actuar... Pero ya era tarde para atormentarse por cosas que no tenían vuelta atrás.

Unos toques en la puerta hicieron salir a la heredera de la bañera y ponerse una fina bata antes de admitir el paso a sus aposentos. Esperaba que fuera Daemon, o incluso su hermano Viserys. Pero no encontró a ninguno de ellos.

—Rhaenys —saludó Seryera sorprendida. No esperaba volver a verla, no esa noche. Creía que tal vez la princesa se había arrepentido del beso, que quizá fue un impulso que no debía volver a repetirse. Pero ahí estaba. De pie, frente a ella. —Pasa —invitó Sereyra tras unos segundos de silencio.

Rhaenys asintió, cerró la puerta tras ella y caminó hasta quedar a centímetros del cuerpo de la heredera.

Sereyra llevó sus ojos a los de la princesa. Esta era a penas unos centímetros más alta que Sereyra, pero aún así la heredera no pudo evitar sentir el poder y la presencia que emanaba Rhaenys. El poder que tenía sobre ella misma, como si de un dragón se tratase. Como si Sereyra fuera diminuta a su lado.

EL DRAGÓN DEL MAR (Rhaenys Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora