Casa encantada

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Martin se levantó agitado, con la boca seca y el cuerpo sudado. El cuerpo de Juanjo desprendía calor al otro lado de la cama. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo distinguir un reloj analógico colgado en la pared del marqués. Las cuatro y diez de la madrugada.

Se sentía aún cansado, pero la necesidad imperiosa de salir cuanto antes de ese cuarto le empujó a levantar con cuidado la sábana para salir de la cama intentando no despertar al que dormía a su lado. Juanjo estaba tan profundamente dormido que no lo hubiera conseguido ni queriendo. Lanzó su ropa por la ventana para no retrasar más su huida, ya se vestiría fuera. Únicamente se colocó el calzoncillo antes de salir él también por la ventana. Cuando sus pies tocaron el suelo después de bajar con agilidad por la enredadera, recogió la ropa que había tirado y se vistió lo justo para llegar hasta Palacio. De todas formas no pensaba cruzarse a nadie a esas horas.

Se sentía aturdido. Una sensación imposible de identificar le agitaba de arriba a abajo cada vez que pensaba en lo que había pasado. Se había sentido completamente fuera de sí, completamente expuesto, abrumado de emociones. Quería llorar y no sabía por qué. Aunque también hubiera podido reírse, gritar, o desaparecer y cualquiera de esas reacciones le parecería acorde a cómo se estaba sintiendo.

Sin embargo no hizo ninguna de esas. Sus pies andaban solos hasta las puertas de Palacio. Entró sin mucho cuidado. De todas formas, las paredes de Palacio eran lo suficientemente gruesas como para no despertar a nadie que estuviera durmiendo, y era casi imposible que alguien estuviera fuera de su habitación a esas horas de la noche.

Se dirigió a la cocina a comer algo porque la sensación rara que le hacía presión en el estómago se parecía en parte al hambre. Cuando entró por la puerta casi tuvo que ahogar un grito al ver una linterna que apuntaba a la despensa. Solo se relajó cuando distinguió esa cabellera pelirroja que había visto crecer.

- ¿Ruslana?- Su hermana pegó tal brinco que la linterna cayó al suelo haciendo un ruido estruendoso que rebotó contra las paredes de la cocina. Se giró para mirarle, aún visiblemente alterada.

- ¡Dios mío Martin! ¡Casi me matas!- La pequeña parecía aliviada de que no hubiera sido la reina la que la había pillado, pero Martin tenía muchas dudas.

- ¿Qué haces aquí?

- Yo... Me he despertado con hambre.- Igual era por las altas de la noche, o porque no se encontraba su madre de por medio, o por la rara situación en la que se encontraban, pero aún así Martin sintió que, por primera vez desde su vuelta, su hermana no estaba completamente a la defensiva. No parecía que fuera a arrancarle la cabeza en cualquier momento.- Ya iba a volver a la cama.- Martin se fijó entonces en la vestimenta de su hermana. Un vestido más corto de lo debido, que no le había visto antes, y unas botas altas que a su madre le habrían causado una urticaria. Además del maquillaje. Nunca había visto a su hermana con los ojos maquillados tan oscuros.

- ¿Vestida?

- Me daba cosa encontrarme a alguien y estar en pijama. No es apropiado.

- ¿Maquillada?

- Yo... Me ha dado pereza quitármelo.

- Rus...- Martin se pellizcó el puente de la nariz. Sabía que su hermana estaba mintiendo, pero no sabía hasta qué punto era justo exigirle que le contara la verdad en caso de estar escapándose de fiesta. Al fin y al cabo, él había estado años haciendo lo mismo, y tampoco se lo había contado nunca. No se vio con la potestad como para exigirle nada, mucho menos la verdad sobre su vida privada.- ¿Te apetece una tortilla? Voy a hacer una para mi.

Ruslana le miró con desconfianza, como si no se creyera mucho lo que estaba saliendo por la boca de su hermano, pero finalmente terminó por levantar una ceja.

La joya de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora