Dormía siempre bien cuando dormía con Martin. Cuando notaba su peso sobre su pecho y sus respiraciones acompasadas. Dormía profundamente, sin sueños raros ni despertares repentinos en mitad de la noche.
Igual por eso no lo notó cuando se fue. No le despertó el ruido que tuvo que hacer al vestirse y salir con las maletas. Pensó que igual se había ido de madrugada, nada más dormirse, pero aún notaba su calor entre las sábanas. Aún olía a su champú en la almohada.
Así se despertó, con rastros de lo que había pasado, con el recuerdo de la noche clavado a fuego en su lóbulo límbico, pero sin Martin.
Clavó la nariz en la almohada en la que había dormido el menor, intentando beberse cualquier resto de su aroma que hubiese podido dejar. Clavó sus dedos entre las sábanas y en el colchón, agarrándose con fuerza al calor que aún retenían. Quiso quemarlas, pegarse con ellas, gritarles por no haber retenido con suficiente fuerza a Martin. Otra parte de él quería enrollarse en ellas y quedarse allí arropado para siempre.
No lloró, porque ya lo sabía. Sabía que se iba a despertar así. Solo. Sin ganas. Sin Martin. El príncipe había sido claro y Juanjo no había dudado ni por un momento en que lo cumpliría, a pesar de que la puñetera esperanza siempre era la última en marcharse. Esta mañana se había ido con él.
Dejando la puerta entreabierta para no despertarle al cerrar.
Sabía que sería tarde. El cuarto ya estaba iluminado por completo por la luz de la mañana que le recordaba que tenía que enfrentarse a la realidad.
Su madre le estaría dando su tiempo para salir a explicarse, porque cualquier otro día habría subido ya a despertarle para que desayunaran juntos. Tenía una cita con la modista, además, para hacer los últimos ajustes al traje que se iba a poner esa noche. En el cierre de la temporada de debuts. En la ceremonia en la que teóricamente tendrían que anunciar su compromiso con la princesa.
La sola idea de salir de su cuarto le producía dolor de cabeza. O tal vez era el olor de Martin que no se iba de la funda de la almohada. Enterró su cara en ella y la mordió con fuerza. Tratando de contener la frustración, la impotencia. El miedo a lo que se venía.
Se lavó la cara antes de salir, en un intento fallido por despejarse. La ducha tampoco funcionó.
Su madre le esperaba en el salón como había intuido. Le dedicó una sonrisa triste, seguramente averiguando por la expresión del mayor lo que había pasado. Levantó una ceja, sin hablar, preguntándole con la mirada qué había pasado. Juanjo negó con la cabeza antes de echarse a llorar.
Su madre lo acogió entre sus brazos y el marqués se sintió como un niño desconsolado que buscaba apoyo entre esas manos que le habían hecho siempre de sostén, de campamento base. Buscar una casa en unos brazos ajenos.
Le acarició la espalda en un gesto repetitivo que consiguió que dejara de sollozar, que coordinara sus respiraciones.
No supo cuánto estuvo así antes de decidir que ya había sido suficiente. Ese día no se podía permitir regodearse en la tristeza por mucho que le hubiera gustado hacerlo. Ya tendría tiempo. Quizá toda la vida.
- ¿Qué pasó cuándo nos fuimos?- La pregunta que había estado conteniendo.
- Dije que te encontrabas mal, que habías tenido que ausentarte. Ruslana corroboró la historia. Nadie dijo nada. No tardamos mucho más en irnos de allí.
Juanjo se hubiera sentido aliviado ante la noticia si no fuera por la cara de preocupación que aún tenía su madre. Por cómo le rehuía la mirada y jugueteaba con los dedos. Juanjo había heredado tantas cosas de ella que le era fácil leer cada cosa que pasaba por su cabeza.
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La joya de la corona
RomanceLa mayoría de edad de la princesa implica un montón de cosas. Para Juanjo, concretamente, la oportunidad de convertirse en rey. Pero todo cambia cuando el hermano mayor de la princesa vuelve de su "retiro espiritual" para ponerlo todo patas arriba...