Visita inesperada

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Dan bajó a desayunar a la mañana siguiente, pero lo hizo en un silencio absoluto. No respondió al cauteloso saludo de buenos días de Neil y esquivó sus miradas todo el tiempo, concentrándose en su desayuno o fijando la mirada en la mesa y el suelo.

No pretendía reabrir la discusión del día anterior, pero siendo tres en casa en pleno y caluroso verano, incluyendo a un prácticamente púber que iba a diario a entrenar, hacer la colada era una tarea casi diaria. Por eso, Neil volvió a llamar a la puerta de Dan para pedirle su ropa sucia, procurando mantener un tono calmado y neutro. El chico tardó en abrir casi un minuto entero, que se le hizo eterno, pero al final abrió la puerta del dormitorio, con una bola de ropa que apestaba a sudor en las manos que le entregó sin decir nada. Un breve vistazo bastó para constatar que no había rastro de ropa interior alguna en ella.

Por primera vez en todo el día, Dan miró a Neil a la cara, con los ojos entrecerrados en un gesto desafiante para que dijera algo, pero este guardó silencio, confundido por su actitud contradictoria.

—¿Deberíamos comprarle libros y un televisor para su cuarto? —preguntó Neil unas horas después, sentado con Andrew en el sofá mientras veían una película del servicio a la carta de su plan de televisión—. Si va a estar enfurruñado muchas horas en su cuarto, que al menos tenga con qué entretenerse.

—Es un adolescente. A los adolescentes les encanta estar encerrados en sus cuartos. Eso es lo que les entretiene.

—¡Drew! —fingió escandalizarse Neil, con una carcajada.

El sonido del timbre interrumpió su conversación. Neil y Andrew intercambiaron una mirada inquisitiva. Kevin entraba con su propia llave y Jeremy y Jean no solían ir sin avisar primero. Tampoco esperaban a nadie.

Neil fue a abrir, pero Andrew no se quedó en el sofá. Caminó de inmediato tras su espalda, con uno de sus cuchillos en la mano y expresión alerta. Cuando abrió la puerta, Neil deseó que hubiese sido tan rápido como de costumbre en devolverlo a su manga izquierda, pues la que estaba de pie, con una sonrisa un tanto forzada y el maquillaje un poco derretido por el calor, era la asistente social de Dan.

—Oh. Buenos días... —Neil se dio cuenta en ese momento de que, a pesar de que debían haberse presentado en su momento, no recordaba el nombre de la mujer. Ella pareció darse cuenta, porque forzó un poco más la sonrisa.

—Buenos días, señor Josten. Soy la señora White, seguro que me recuerda.

—Claro. Por supuesto. —Se quedó varios segundos en silencio. Andrew lo pinchó con un dedo en la parte baja de la espalda, de forma discreta, para incitarlo a reaccionar—. ¿Quiere pasar?

—Se lo agradecería. No se preocupen, no tardaremos mucho. Siento no haber avisado antes de venir, pero es el protocolo.

—Ya. Lo entiendo. Imagino que quieren pillar por sorpresa a las familias, ¿no? —La señora White esbozó de nuevo una sonrisa de cortesía que parecía más incómoda que sincera y asintió.

La guiaron hacia el salón. Andrew usó el mando a distancia para silenciar el sonido del televisor y luego se dejó caer en su sitio del sofá, frente a la mujer, en una postura que a Neil le retrotrajo recuerdos de su primer año en los Zorros de Palmetto. Neil sabía que la cortesía exigía que le ofreciese algo de beber, ya fuese un café, un refresco o algo de agua fría para combatir el calor, pero una sensación de malestar sordo se había adueñado de su abdomen y no le apetecía hacerlo.

—Tome asiento, por favor. ¿Quiere algo para beber? —logró preguntar al final, casi obligándose a escupir las palabras.

—No será necesario. No se preocupen, no me quedaré mucho rato —rechazó White, y esta vez su sonrisa sí parecía sincera—. Bueno, en primer lugar, me gustaría preguntarles qué tal va todo, si han tenido algún problema o hay alguna cosa que les gustaría contarme.

Hasta que sea no [ANDREIL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora