Ropa interior

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—Claro que no —dijo Neil de inmediato, incorporándose y dando un paso hacia Dan. Luego dudó al recordar todas las veces que este le había rechazado y retrajo la mano que había extendido para apoyarla en su hombro a modo de consuelo.

—No sabíamos que iba a venir. Ha sido una visita de seguimiento. Nos avisó de que las haría, pero no sabíamos cuándo —dijo Andrew, mirando fijamente a Dan.

—Yo ni siquiera me acordaba y pensaba que avisaría antes —aseguró Neil. Dan frunció el ceño, confundido.

—¿Nunca antes habías recibido una visita sorpresa en tus anteriores casas de acogida? —preguntó Andrew. Dan se encogió de hombros, asintió y luego negó con la cabeza. Andrew apretó los labios durante un segundo—. Creías que eran ellos los que llamaban para quejarse de ti.

«Y probablemente lo hacían», pensó Neil, tan frustrado como seguro de que la asistente no había sido tan diligente en sus visitas protocolarias como hoy. Querría saber cómo acercarse a Dan, ahora que ya no podía negar las afirmaciones de Andrew de que este no le odiaba y que la beligerancia había dado pie a una genuina tristeza por creerse expuesto.

—¿Por qué lo habéis hecho? —dijo Dan, enjugándose con rabia la lágrima que ahora le colgaba de la barbilla.

—¿El qué? —preguntó Andrew.

—Ya te hemos dicho que ha sido una visita sorpresa —dijo Neil, al mismo tiempo.

—Hablar bien de mí —respondió Dan, mirando a Andrew, que era quien había entendido el sentido de su pregunta.

—¿Por qué íbamos a hablar mal?

—Porque no me he portado bien. —Al oírlo, Neil comprendió que Dan había temido que se quejasen de su comportamiento en las últimas horas y de su actitud hacia él como adulto a cargo y se preguntó cuántas veces más había tenido que vivir aquella situación como para darla por hecho al primer problema. Cuántos adultos habían preferido llamar a una figura de autoridad y lanzarle el conflicto en lugar de resolverlo con él. Cuántas veces se había sentido juzgado por comportarse de acuerdo a lo que era: un niño solo, perdido, apático y reactivo que apenas obtenía unas migajas de cariño.

Dan estaba de pie y tenía los puños apretados. Todo su cuerpo estaba en tensión por la fuerza con la que estaba conteniendo las lágrimas que le ahogaban la voz en la garganta. Neil tenía la sensación de que, si lo tocaba, podía derrumbarse o explotar. Y no deseaba que ocurriese ninguna de las dos cosas, sólo que el niño estuviese bien, algo que era obvio que no era así, al menos desde el día anterior.

—Nadie es mala persona por perder un poco el control y decir cosas que no piensa —dijo Andrew. Neil no era consciente de cuándo se había levantado también del sofá.

Pareció que Andrew iba a decir algo más, pero al final no lo hizo. Miraba a Dan con intensidad. Neil sí pensó en todas las cosas que ambos habían hecho. En defensa propia. En defensa mutua. Para proteger a los suyos, a su familia. Cosas que trascendían mucho más allá que gritar a un padre de acogida por no querer lavar la ropa interior o un berrinche de un preadolescente a la defensiva.

—De hecho, no he mentido. A mí me pareces un gran chico. Y no sólo porque se te dé bien el exy —dijo Neil, levantando las manos en un gesto de pedir paz cuando Andrew lo fulminó con la mirada en un gesto cuyo significado, que dejase de pensar en el exy durante unos minutos, conocía bien.

—¿En serio no vais a quejaros de mí?

—Claro que no. Bueno, admito que estoy un poco confuso con lo que ha ocurrido ayer, pero todas las familias tienen pequeños desencuentros de vez en cuando, Dan. —Neil pensó en todos los conflictos de los Zorros y en cómo seguían juntos, como una familia que a ellos en particular les funcionaba, incluso ahora lejos de las canchas—. No vamos a quejarnos a tu asistenta social porque ayer dijeses algunas cosas desagradables, porque si eso fuese así, te aseguro que no habría ni una sola familia que pudiese presumir de ser un modelo perfecto en todo el país.

Hasta que sea no [ANDREIL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora