Trigger warnings: Sexo explícito.
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—¡Vamos, Neil! —le urgió Dan. Este, riéndose, se secó las manos en el trapo de la cocina y lo siguió hacia el vestíbulo, donde el chico ya lo esperaba calzado. A su lado, Andrew terminaba de atarse los cordones—. Siempre hay que esperar por ti.
Unas semanas antes, tras recuperarse de su gripe veraniega, Dan le había preguntado a Neil si podía salir a correr con ellos en sus rutinas matinales. Este había accedido al instante. Los entrenamientos de las tardes se habían vuelto mucho más serios. Jeremy continuaba entrenando a todos los niños y niñas de la urbanización, pero tanto Dan como otras dos niñas pasaban muchas más horas en la cancha con Jean y Kevin, que los sometían a una rutina mucho más intensiva. La noche anterior, Andrew y Neil habían observado durante horas a Dan lanzar decenas de pelotas a marcas hechas en la pared de metacrilato por Jean, buscando afinar su puntería, sin dejar de mover los pies en el circuito que había diseñado Kevin.
Dan había dado un buen estirón, mayor incluso que el que Neil había percibido tras su primera noche de fiebre, y habían tenido que renovar toda su ropa. La primera dosis del bloqueador ya había empezado a hacer efecto y el estricto entrenamiento pautado por Kevin, sumado a correr por las mañanas con Neil y Andrew, había permitido transformar algunos de los cambios de su cuerpo en músculo y fuerza. Seguía siendo el mismo chico que aparecía en una de las fotos colgadas en el salón, pero al mismo tiempo era muy diferente: menos huraño, con más color en el rostro, una expresión más plácida y algo menos infantil.
Salió a la calle, estiró las piernas e indicó a Dan con un gesto perentorio que hiciese lo mismo. El chico era perezoso con los calentamientos para lo que, en sus propias palabras, era apenas un esfuerzo de correr un par de kilómetros, pero poco a poco Jean le había conseguido inculcar su importancia.
Un coche oscuro, grande y con las lunas tintadas, pasó por la calle, muy despacio. Andrew se llevó dos dedos a la frente, saludándolos con una enorme sonrisa que no se reflejaba en sus ojos y le hacía parecer un psicópata.
—¿Los conoces? —le preguntó Dan, intrigado.
—Viejos amigos de Abram Josten —dijo Andrew, todavía sonriendo y sin quitar la vista del vehículo que se alejaba.
—¿En serio? —Dan frunció el ceño, sospechando que el sarcasmo escondía algo más, pero Neil negó con la cabeza, se rio y empezó a trotar. Los otros dos le siguieron de inmediato.
El FBI llevaba varios días rondando por allí. Habían visto coches menos descarados que ese aparcados en las inmediaciones de la cancha de exy, en la calle donde vivían e, incluso, en el supermercado de la urbanización. Neil se había sentido tentado varias veces de acercarse a uno de ellos, abrir la puerta y meterse dentro para aclararles lo que necesitaran, pero Andrew era partidario de esperar a que ellos hiciesen el primer movimiento.
Uno que, si Neil no se equivocaba, no se iba a producir. Imaginaba que la información del servicio de acogida había llegado a oídos de la oficina del FBI más cercana y que querían corroborar que no había ninguna situación anómala y la mejor forma de demostrarlo era seguir haciendo su vida. No era la primera vez que lo seguían durante unos días, de forma puntual, antes o después de algún viaje. Eso sí, ni Andrew ni él eran capaces de resistir la tentación de saludarlos, haciéndoles notar que los habían descubierto, lo cual probablemente estaba dilatando el proceso de que concluyesen que no ocultaban nada con aquello.
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Hasta que sea no [ANDREIL]
FanfictionNeil Josten y Andrew Minyard son adultos, juegan en la selección y se han comprado una casa en una urbanización de clase media para estar cerca de Kevin Day, Jeremy Knox y Jean Moreau. En la pequeña cancha de exy que hay a disposición de los niños y...